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Las últimas

    Angélica Medrano asoma por el balcón y convoca a tomar ponche en casa. Presentes, los Cano, los Pérez y los Medrano, Vélez, Baur, Spitta. ¡Las historias que cuentan! Es un día agitado en este somnoliento pueblito ayacuchano: Acos Vinchos. Trina el arpa y truenan los saxos de una banda de música en el templo vecino. No han dado aún las 10 de la mañana y se celebra un matrimonio. El amor en tiempos de paz.

    Encaramada en una escalera, una mujer clavetea un afiche gigante. Empuña el martillo Silvia Spitta. Óscar Medrano observa atento el ajetreo con sereno orgullo. Está de vuelta en casa, en su pueblo, a sus raíces.

    Sus fotos no dejan mentir. El sol ilumina las fotografías de Medrano colgadas en las fachadas alrededor de la plaza. Las imágenes de Medrano interpelan, sublevan, conmueven. Marcha una patrulla del Ejército levantando gran polvareda, los rostros crispados y anhelantes de la población enmarcan la imagen en blanco y negro con sus sombreros típicos. El templo que se cae a pedazos, pintarrajeado: PCP. ¡Viva la lucha armada! La procesión –que va por dentro– acompañada de humildes feligreses, muchos que ya partieron, otros niños entonces, aquí presentes.

    Alzando la mirada sobre las colinas ondulantes sembradas de nísperos y tunas, la ciudad de Ayacucho. Por estos agrestes parajes se escabulleron en pleno conflicto armado interno los asesinos del juez, del campesino, del gobernador, de los 16 vecinos secuestrados una noche por hombres con pasamontañas. Noches de cuchillos largos.

    Por esta comarca marchó también el Ejército Unido de los Andes rumbo a la gloria en la pampa de Ayacucho hace 200 años.

    Una cinta de colores patrios cierra el paso. Silvia Spitta y Marco Zileri la cortan. La historia abre sus puertas de par en par en el viejo solar de Medrano que hace esquina con la plaza. El célebre fotógrafo de CARETAS inauguró el sábado 27 de julio una sala de exposición permanente con sus fotos. El párroco Edwin Laurente bendice el lugar en quechua y español.

    ¡Vaya día! Los recién casados emergen del remozado templo, tiernos como el trigo de la temporada.

    El alcalde Óscar Sulca, contador de profesión, saluda a los presentes. Militante del Movimiento Regional Agua, entorna los ojos mirando el cielo, tierra de secano.

    Al cruzar el umbral de la exposición, la mirada insondable de Edmundo Camana lo observa todo. Sobreviviente en abril de 1983 de la masacre de Lucanamarca, pese a un machetazo en el rostro. El rostro de Camana es la foto emblemática de la exposición “Yuyanapaq” de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Medrano señala con el dedo índice la trágica comunidad por encima de los tejados, donde las nubes se arremolinan.

    Medrano se crió en Acos Vinchos hasta los 16 años; jamás imaginó de adolescente que su tierra sería bañada en sangre. En un cuarto oscuro de Lima lo cautivó la fotografía. El resto es coraje, instinto noticioso, integridad profesional.

    Cuando estalló la guerra, ahí estuvo Medrano de regreso en Ayacucho. Décadas más tarde, concluido el conflicto armado interno, ahí estuvo como testigo excepcional del proceso de reparaciones colectivas; y el año pasado, ahí estuvo tras los pasos de los huérfanos del Puericultorio de Ayacucho, adultos y profesionales ahora.

    Óscar Medrano, el alcalde Óscar Sulca y Silvia Spitta.

    Silvia Spitta, profesora de literatura en la Universidad de Dartmouth, EEUU, fue crucial en hacer realidad la exposición. Fue ella quien gestionó fondos de dicha casa de estudios para llevar a cabo el proyecto. “La exhibición de la obra de un gran fotógrafo en un pueblito abandonado, lejos de todo, convirtiéndolo en un pequeño centro cultural con vida propia, fue una idea que nos entusiasmó”, explicó Spitta desde lo alto de la escalera.

    Spitta ha organizado la exhibición pública de otros archivos históricos peruanos: los de Martín Chambi y Baldomero Alejos y, también este año, el de Carlos Ferrand, que se exhibe actualmente en simultáneo en el Lugar de la Memoria, Tolerancia e Inclusión Social (LUM) y al aire libre en el Sector 1 de Villa El Salvador, epicentro de la saga urbana graficada por Ferrand en 1971.

    En Acos Vinchos la saga recién empieza. Óscar y Angélica Medrano anhelan ampliar los servicios de la sala de exhibiciones para crear una biblioteca pública virtual en memoria de su hijo Herbert, quien los alentó siempre. “Una biblioteca virtual que yo no tuve y que quiero darles a mis paisanos. Eso que no estaba a mi alcance, para que los niños y adolescentes tengan cómo informarse de las bondades de la modernidad”, afirmó Medrano.

    Asiente grave, gravitando, Roberto Bustamante, condiscípulo de Medrano en el colegio, amigo entrañable, compañero de ruta. Algo se cocina en Acos Vinchos. Brindamos con vino local, compartimos una puca picante, asoma Angélica por el balcón. No se le escapa un detalle. 

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