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    Dina Boluarte es una mujer con suerte. Su llegada a la vicepresidencia fue un accidente y el aterrizaje en Palacio de Gobierno la consecuencia de integrar la plancha de un individuo destinado a implosionar. Un escándalo bizarro como el de sus cirugías estéticas abonó más a la imagen de frivolidad labrada con los Rolex que le regaló su “wayki” Oscorima. Por si fuera poco, la situación de inseguridad y la penetración de las economías ilegales tocó de nuevo fondo con la masacre de 13 trabajadores de seguridad vinculados a minera Poderosa en Pataz. Poco ayudó en ese contexto –sin precedentes– de 2 % de imagen positiva que se dieran a conocer los informes favorables a su aumento de sueldo, sobre los que CARETAS ya había advertido.
    Y con ese récord de desastres seguía siendo una rejuvenecida señora con suerte. La elección de un Papa con nacionalidad peruana fue recibida con un eufórico mensaje a la nación que reflejaba el ánimo del país al recibir una noticia semejante.
    ¿Pero a cuántos golpes de suerte le pueden seguir disparos a los pies?

    La caída del ministro de Economía y Finanzas, José Salardi, no responde a un viraje programático, sino a una decisión política desesperada y torpe. Todo indica que la presidenta Dina Boluarte ofreció su cabeza para intentar salvar a su entonces presidente del Consejo de Ministros, Gustavo Adrianzén, quien enfrentaba una moción de censura inminente tras su errática reacción sobre los asesinatos en Pataz, en la que mostró completa ignorancia sobre la materia.
    La jugada fracasó. Adrianzén renunció el martes 13 de mayo, sabiendo que el Congreso ya tenía los votos para censurarlo a pesar del parche ministerial. El daño estaba hecho: el Ejecutivo perdió a su vocero político y, sobre todo, al único ministro con respaldo técnico y del sector privado.

    Al cierre de esta edición, la opción más voceada para reemplazar a Gustavo Adrianzén en la Presidencia del Consejo de Ministros era Eduardo Arana, actual ministro de Justicia y miembro del círculo más cercano de Boluarte. Arana, sin embargo, arrastra un serio problema de legitimidad: la Sala Penal Permanente de la Corte Suprema confirmó en febrero que debe ser investigado por tráfico de influencias en el caso del presunto favorecimiento al abogado Jaime Rojas Razzeto en un concurso CAS. Si es nombrado, sumará otra raya al tigre del desprestigio institucional.
    Mientras tanto, queda por verse si a Boluarte le alcanzará el tiempo para una nueva reconfiguración pues pidió nuevamente permiso al Congreso para asistir a la entronización de León XIV en el Vaticano. Hace pocas semanas se lo negaron para ir al funeral del Papa Francisco.

    Boluarte intentó frenar la censura de Adrianzén entregando al MEF. El abrazo a Salardi se volvió el símbolo de un fracaso político.

    ¿A QUIÉN LE OFRECIÓ LA CABEZA DE SALARDI?

    La lógica del intercambio político es vieja: ceder un puesto clave para calmar a la mayoría legislativa. Pero aquí, la maniobra fue inútil. Ni el reemplazo de Salardi por Raúl Pérez Reyes, trasladado desde el Ministerio de Transportes y Comunicaciones (MTC), ni los otros dos nombramientos –Carlos Malaver Odias, general PNP en retiro, como nuevo titular del Interior, y César Sandoval, militante de APP, en Transportes– evitaron la caída de Adrianzén.

    Malaver reemplazó a Julio Díaz Zulueta, quien apenas había cumplido dos meses en el cargo. El baile de ministros no aplacó al Congreso ni restauró la estabilidad política. ¿A quién ofreció Boluarte la cabeza de Salardi, creyendo que bastaría para frenar la censura?

    Para una presidenta con tal desaprobación, perder a su ministro de Economía más sólido es un error garrafal. Salardi era el último eslabón funcional con los gremios empresariales y organismos multilaterales. Su salida envía una señal de fragilidad institucional y de imprevisibilidad política.

    César Sandoval asumió Transportes sin evitar el derrumbe político. La renuncia de Adrianzén completó el fallido enroque ministerial.

    LOS CALLOS QUE PISÓ

    En entrevista exclusiva con CARETAS, Salardi había delineado su estrategia económica: shock de desregulación, reforma integral del sistema de Asociaciones Público-Privadas (APPs), y una ambiciosa cartera de proyectos de irrigación por más de 20 mil millones de dólares. Además, impulsaba adendas por más de USD 10 mil millones para destrabar concesiones clave en transporte, puertos y energía.

    Su visión era clara: activar inversión sin comprometer la estabilidad fiscal (sin embargo, su reforma de las APPs había sido criticada por Alonso Segura del Consejo Fiscal, que advirtió que podría poner en riesgo el cumplimiento de las reglas fiscales a partir de 2026).

    A ello se sumó su negativa cerrada a seguir financiando el barril sin fondo de Petroperú. Recientemente, tampoco aprobó el crédito suplementario y transferencias excepcionales a gobiernos regionales. También reestructuró cargos internos en el MEF y anunció la “extinción” de 14 programas, entre ellos los de Provías, frecuentemente afectados por casos de corrupción.

    Recortaba poder a ministerios. Tanto Pérez Reyes como el ministro de Educación, Morgan Quero, no habrían visto con buenos ojos la intención del MEF Salardi de reducir al mínimo los acuerdos de Gobierno a Gobierno, mucho más onerosos que las APP que impulsó durante su exitoso paso por Proinversión. En resumen, pisó callos en tres meses y medio de gestión.

    Su reemplazo, Raúl Pérez Reyes, ya había sido ministro de la Producción y de Transportes. Aunque es técnico, no cuenta con el peso político ni el respaldo empresarial que Salardi mantenía. Su llegada al MEF responde más a una lógica de rotación que a una continuidad técnica clara.

    Los otros dos nombramientos también fueron defensivos. Carlos Malaver, general en retiro, reemplaza a un Díaz Zulueta que se va sin haber consolidado ninguna estrategia de seguridad. Y César Sandoval, de APP, asume Transportes en medio de disputas por el control de grandes obras de infraestructura. Nada menos que a dos semanas del inicio de la marcha blanca del nuevo aeropuerto Jorge Chávez. ¡Cuyo retraso para ser inaugurado motivó que Pérez Reyes estuviera cerca de la censura!

    SIN BRÚJULA

    Boluarte sacrifica a Salardi, no logra salvar a Adrianzén y solo ahonda la impresión de que el Gobierno ya no administra, sino sobrevive. El MEF era el último bastión de coherencia técnica en un gabinete desmembrado. La señal que se envía a los mercados, gremios y aliados externos es preocupante (así la esposa del nuevo MEF, Isaura Delgado, sea cercana amiga de Keiko Fujimori).

    El sector privado lo expresó sin rodeos: CONFIEP alertó que la salida de Salardi genera incertidumbre, justo cuando la economía comenzaba a mostrar signos de recuperación.

    Con este nuevo remezón, Dina Boluarte ya acumula 65 ministros en apenas 17 meses de gobierno. La cifra es alarmante por sí sola, pero más grave aún es la naturaleza errática y defensiva de sus decisiones, que no apuntan a la gobernabilidad, sino a la mera sobrevivencia política.

    En resumen, Boluarte sacrificó a su mejor carta técnica para sostener a un premier que igual cayó, instaló a ministros con pasivos y sin proyección, y cortó la continuidad de una política económica que empezaba a tomar forma. Lo hizo, además, sin mensaje ni hoja de ruta, aferrada a operadores que solo le aseguran la siguiente semana.

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