Muchos congresistas de la República se preguntan —en lo que sería una inquietud redundante— por qué el pueblo los “desprecia”, si lo único que hacen es trabajar por el bien del país: “luchamos contra la corrupción”, “nos enfrentamos a la dictadura del Ejecutivo”, “batallamos contra los comunistas”. La extrañeza se potencia cuando las encuestas, de todo tipo y color, legitiman sus temores.
Un aspecto ha identificado a este Congreso, por el cual será recordado por mucho tiempo: su galopante frivolidad, que barniza a los parlamentarios sin importar tendencia ideológica o pugnas políticas por migajas de poder.
Desde comilonas opíparas a puñetazos por la espalda, de congresistas que agueitan el yapeo mensual de sus trabajadores a mujeres congresistas luciendo vestidos escotados y ceñidos, tomándose selfies horas después de que una trabajadora del Congreso acusara a un congresista de violador, y mucho más (cómo no): este Congreso ha hecho de la caquistocracia su existencia y justificación.
A estas alturas del partido, con un pueblo que solo quiere trabajar y que no lo jodan, lo único que se podría esperar de los congresistas es una conducta básica. Parece tarea imposible, pero la tienen que cumplir, porque para eso existe un reglamento de conducta congresal que ya viene siendo hora de honrar. ¿O solo sirve para sancionar de acuerdo a las conveniencias?
El Reglamento del Código de Ética Parlamentaria es clarito en sus puntos. Ver a continuación:
Lo que pasó con la congresista de Avanza Páis y tercera vicepresidenta del Congreso, Rosselli Amuruz, este último fin de semana, no pasa por cosa menor. Por un lado, una raya más al tigre (Amuruz suma capítulos a su estrambótica biodata social), y por otro: su participación en la juerga sangrienta refuerza la certeza ciudadana sobre el actual Congreso: moralmente laxo, discursivamente básico e inútil en gestión.
El escenario no admite reparos:
En la madrugada del viernes 29/09 fallece en Arequipa el congresista de Fuerza Popular Hernando Guerra-García, primer vicepresidente del Congreso. En la noche del sábado 30/09, la congresista Amuruz asiste a la fiesta de cumpleaños del excongresista Paul García, en el distrito de Lince. En la madrugada del domingo 01/10, una discusión entre Pedro Valdivia Montoya y Christian Enrique Tirado, tuvo un trágico desenlace: la muerte del segundo. Horas después, Amuruz asiste a los funerales de Guerra-García.
La interpretación de estos hechos, tampoco admite reparos:
Rosselli Amuruz no tuvo respeto alguno por la muerte de su compañero de Mesa Directiva. Asistió a la fiesta de cumpleaños de su pareja Paul García (en la noche del domingo 01/10, declaró en Panorama que la parlamentaria no era su pareja), en donde una discusión a razón del maltrato a una mujer, generó una pelea entre uno de los invitados, Valdivia Montoya, y el periodista Christian Enrique Tirado, encargado de registrar la fiesta de estilo cubano. Un disparo a quemarropa acabó con la vida del periodista. Ni bien la noticia circuló por medios y redes sociales, Amuruz se pronunció en su cuenta de Twitter:
“Aclaración: Asistí a una reunión social de la cual me retiré antes de la medianoche. Hoy tomé conocimiento de lo sucedido en el exterior a través de los medios. Desconozco los motivos y solicito una investigación rápida para determinar a los culpables”.
Amuruz no tiene nada que aclarar. Amuruz tiene que renunciar a su cargo en la Mesa Directiva. De todos los escándalos protagonizados, o en los que han estado envueltos, los congresistas del presente periodo parlamentario, este es el peor, el más cuestionable. Hay una persona asesinada.
¿Sirve para algo el reglamento del Congreso? ¿Merece Amuruz seguir en la tercera vicepresidencia? ¿Algún parlamentario tomará acciones en este asunto marcado por la frivolidad, la violencia, la sangre y la muerte? ¿O la van a blindar?
(GRO).