Era la madrugada del 28 de abril de 1989 cuando el cielo de Molinos, a escasos 20 minutos de Jauja, se iluminó con el estruendo de las balas. Los pobladores despertaron confundidos: no llovía, no había tormenta, pero los relámpagos eran reales. Eran ráfagas de fusiles cruzando el aire. En la oscuridad del campo, una columna del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) había sido interceptada por tropas del Ejército peruano. Los insurgentes descendieron de dos camiones y abrieron fuego. La lucha fue cuerpo a cuerpo, breve, brutal. Al amanecer, el silencio era espeso.
Parte oficial y versiones cruzadas
El parte militar indicó que 62 subversivos murieron —entre ellos dos colombianos— junto a seis efectivos del Ejército, además de numerosos heridos. Sin embargo, los pobladores recuerdan otra historia: vieron más de 100 soldados abatidos y cuerpos llevados en silencio. Las cifras nunca cerraron del todo.
Aquel día, el presidente Alan García llegó a la zona, visitó a los heridos y supervisó el operativo. Pero en el fondo, como en muchos episodios del conflicto interno peruano, quedaba un vacío de verdad.
Los testimonios enterrados
Hamilton Raymundo Rivera, sociólogo de la Universidad Nacional del Centro, pasó un año y medio caminando entre Huertas, Molinos y Julcán. Publicó su investigación en 2002: La Batalla de Molinos en Huertas – Jauja. Allí intenta ordenar el caos: las versiones del ejército, los silencios de los civiles, la sombra de ejecuciones extrajudiciales y una fosa común olvidada en el Cementerio General de Jauja.
Raymundo señala que, según su investigación, muchos de los 42 combatientes del MRTA murieron tras rendirse y que civiles inocentes fueron arrestados, torturados y desaparecidos en los días posteriores al enfrentamiento.
El aviso que cambió el rumbo
Según el sociólogo, el ejército ya tenía información sobre la presencia de subversivos en Curimarca. La noche previa, un hombre bajó a caballo a dar el aviso: los emerretistas estaban en movimiento. Para el ejército, fue suficiente para activar el “toque de generala”. A medianoche, las tropas salieron del cuartel. No hubo estrategia elaborada. Solo urgencia y fuego.
Objetivo: Tarma, no Jauja
El MRTA, según sus propias fuentes, planeaba golpear Tarma para obtener visibilidad. Pero la vía estaba controlada. Eligieron Molinos como ruta alternativa, creyendo que sería una escaramuza menor. Se equivocaron. La falta de planificación, la ruptura del sigilo y errores tácticos los llevaron directo a una emboscada.
La otra violencia
Tras el combate, vinieron los arrestos masivos. Un discapacitado que oraba en el cerro fue confundido con un subversivo y ejecutado con signos de tortura. Familias enteras desaparecieron. En palabras de Raymundo: “el ejército tenía la miopía de la época: todos eran subversivos”.
La Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) reconocería años después que en Molinos hubo violaciones de derechos humanos, y que las víctimas aún no han recibido una reparación justa.
36 años de olvido
Hoy, a más de tres décadas del enfrentamiento, Molinos guarda silencio. Muchas familias aún esperan justicia. Algunos cuerpos, identificados por ADN, fueron devueltos a sus seres queridos. Otros permanecen sin nombre en instalaciones del Ministerio Público en Huancayo. La historia no ha cerrado.
Raymundo, autor del único libro sobre el suceso, afirma que aún hay una segunda edición pendiente. Mientras tanto, el episodio sigue sepultado, como sus víctimas, en la memoria fragmentada del país.