Los años difíciles, el nuevo álbum de Santa Madero lleva poco más de un mes en plataformas, pero la antesala de su lanzamiento aún revela claves importantes sobre la obra. En octubre, cuando el disco estaba terminado pero aún no veía la luz, Karina —voz y compositora del proyecto— conversó sobre el proceso que marcó este trabajo: los duelos, la madurez emocional y la búsqueda de un sonido más orgánico.
Están a horas de lanzar un nuevo álbum. ¿Cuál es la sensación desde su último trabajo en 2022?
Estoy muy emocionada. Desde que sacamos el disco anterior hemos crecido mucho: hemos cambiado, escuchado más música, encontrado nuevas referencias, visto más películas, vivido más cosas. Es bonito poder canalizar todo ese aprendizaje en este nuevo disco. El primero estaba inspirado en nuestro día a día, nuestros amigos y sus historias. Este viene a ser como una continuación, pero ya desde un lugar más adulto.
Antes mencionaban que sentían que solo vendrían cosas buenas. ¿Qué les cambió esa percepción?
Creo que crecer. En Chaclacayo, donde crecimos, la vida es más lenta, pero cuando llegas a Lima te encuentras con un montón de cosas nuevas: la escena musical, nuevos amigos, otra velocidad. Durante años estuvimos muy concentrados en trabajar y hacer música, y de pronto llega la edad en la que la realidad te cae encima.
En 2023 falleció una tía muy cercana para mí. Había estado enferma mucho tiempo, pero en mi mente de niña iba a durar para siempre. Ahí entendí que todos estamos creciendo: nosotros, nuestros papás, nuestros abuelos, nuestras mascotas. Y encima vienen responsabilidades grandes: graduarte no te garantiza trabajo, vivir sola implica empezar otra vida, cuidar tu salud es caro. Todo se vuelve más difícil y más real.
Estuvieron un tiempo en México. ¿Cómo es su situación ahora?
Estamos asentados totalmente en Lima. Hubo una tentativa de viajar, pero no funcionó. Aquí tenemos un espacio cómodo para trabajar y un circuito que nos respalda. México es una industria grande y compleja; nos gustaría volver porque es un país donde nos escuchan bastante, pero por ahora lo mejor era enfocarnos en desarrollar el proyecto desde aquí. La industria peruana está todavía creciendo y profesionalizándose, y también es necesario aportar desde dentro.
En redes vivieron una funa por un músico que colaboraba con ustedes. ¿Qué tanto les afectó en lo artístico y emocional?
Fue fuerte porque todo sucedió en redes y muy rápido. Al comienzo nos sorprendió muchísimo y nos afectó más de lo que imaginamos. Hay cosas que pasan detrás de cámaras que generan nervios, presión, dudas. La “funa” en internet tiene esa dinámica: es inmediata, no da espacio a matices y te obliga a reaccionar mientras estás vulnerable.
Ese momento marcó algo que está muy presente en el disco: la pérdida de la inocencia. No solo por lo que se dijo, sino porque entendimos que en la vida y en una carrera siempre habrá baches y momentos dolorosos. Para mí, hacer el disco fue un refugio muy grande. Pude plasmar todo con honestidad y feeling. También aprendí que no somos perfectos, que bajo presión es fácil equivocarse, y que a veces querrías haber hecho las cosas distinto, pero simplemente no puedes. Todo pasa por algo, incluso lo duro.
La música que hicimos durante ese tiempo fue un consuelo. Con la cabeza llena por todo lo que pasaba en redes, trabajar en las canciones era lo único que realmente ayudaba a liberar estrés y concentrarnos en algo que sí tenía sentido para nosotros.
La formación del proyecto ha cambiado con los años. ¿Cómo ha sido trabajar este álbum principalmente desde tu propia dinámica creativa?
Santa Madero empezó siendo un grupo grande de amigos de la infancia. Pero la vida pasa: algunos migran, estudian, hacen maestrías. Poco a poco me quedé sosteniendo el proyecto desde Lima con la intención de darle un sonido distinto al primer disco.
Este álbum se concibió pensando mucho en el vivo. Las canciones nacieron con guitarra y voz, tratando de que todo se sienta orgánico. El proceso en el estudio consistió en pulir, reorganizar, encontrar la mejor versión de cada tema, siempre imaginando cómo sonaría sobre un escenario. Fue un trabajo de exploración, de soltar lo más electrónico del disco anterior y acercarnos a algo más humano, más tocado, más vulnerable.
¿Hay colaboraciones en este álbum?
Sí, una. Igual que en el primer disco. Es con nuestro amigo Lonzo Miranda. La colaboración salió de manera natural: venía a escuchar avances al estudio y un día probamos hacer música juntos. De ahí nació una canción que terminó en el disco. Grabó guitarras y también bajo en un tema. Fue una energía muy bonita y espontánea.
Estás a horas de lanzar el álbum. ¿Qué esperas de su recepción?
No me gusta hacerme muchas expectativas porque, en mi experiencia, cuando las cosas no salen como yo quería, suelen salir mejores. Lo que más me emociona es que mis amigos lo escuchen esta noche, y también la gente que nos ha acompañado todo este tiempo. Para mí este disco es un logro enorme porque lo terminamos en medio de tiempos difíciles: familiares, personales, políticos, de todo.
Solo quiero que las canciones tengan una vida propia. Siento que el arte sale al mundo como un hijo que cumple 18 y se va. Que la gente escuche el disco, se relacione con él aunque no tenga nada que ver con su propia historia —o aunque tenga demasiado—, y que pueda encontrar algo ahí. Eso es lo único que quiero.