No es una novela. No son memorias convencionales. Tampoco una crónica. Se busca un final feliz, el nuevo libro de María Luisa del Río, publicado por Planeta, se niega a encasillarse en cualquier etiqueta que le reste autenticidad. Es un texto de poco menos de 200 páginas, pero que deja una impresión profunda: una voz que no se guarda nada, que lo pone todo –tripas, corazón, mente y alma– sobre la mesa.
El libro se construye en bloques temporales que recorren momentos definitorios en la vida de su autora: desde la infancia en la dictadura de Velasco, hasta la pandemia, los duelos personales –como la muerte de su gran amiga Doris Bayly y su separación–, y la búsqueda de sanación a través de las plantas medicinales. Son textos breves, casi destellos, pero de una potencia emocional que golpea.
“Es lo más visceral que puedo hacer y es la única estructura que manejo”, dice María Luisa en conversación con CARETAS. “Llamarlo novela hubiera sido pretencioso. Son relatos que funcionan independientemente, aunque haya un tejido de vida”.
Ese tejido se va revelando en capas: la niña que crece bajo un padre dominante, la joven que aprende a defenderse del machismo con furia física, la madre que construye una familia con otra mujer en un país que sigue sin reconocer legalmente ese derecho. Todo está narrado sin concesiones, pero también con pudor. No hay rencor, hay reflexión. No hay ajuste de cuentas, hay comprensión. Incluso con su padre, cuya figura atraviesa todo el libro. “Yo a mi padre lo he sanado”, confiesa. “Pero había historias que a él lo hubieran ofendido. No porque hable mal de él, sino porque expongo a alguien que la ha tenido difícil”.
Escribir este libro fue un proceso liberador. Comenzó con la lectura de El camino del artista de Julia Cameron durante la pandemia y el ejercicio de escribir lo primero que venía a la mente cada mañana. A eso se sumaron tres diarios manuscritos –uno de ellos redactado durante un retiro de plantas medicinales en la selva– que sirvieron como material base. “Pero en un momento dije: esto no se sostiene si no comparto por qué llego a esta necesidad de sanar. Y la sanación empieza por la infancia”, explica.
En ese viaje introspectivo hay pasajes sorprendentes, como la temporada en que vivió de niña en una suerte de palacio heredado temporalmente, o el descubrimiento de la dureza migrante en Nueva York, que la enfrentó con otras formas de exclusión. Su relato, sin embargo, nunca busca causar lástima ni adoctrinar. “No quise que se sintiera como algo político”, aclara. “Es un relato absolutamente personal”.
No obstante, hay una conciencia clara sobre el contexto. María Luisa denuncia que el Perú sigue siendo uno de los países más rezagados en derechos para la comunidad LGTB+. “No espero nada de la ley. El Perú tiene cosas más terribles que resolver y esto va a quedar eternamente relegado”, afirma, sin resignarse, pero con los pies en la tierra.
El tramo final del libro –el más intenso y poético– aborda su vínculo con las plantas medicinales, la ayahuasca y la música. Durante dos años, asistió a ceremonias mensuales en Pachacamac. “La ayahuasca te sana haciéndote sentir lo que quiere sanar. Eso es lo más duro”, dice. De esa experiencia nace también su conexión con el canto y hasta con una pasión largamente postergada: ser DJ. “Cuando cumplí 50 años y mi hija 15, le dije: compremos los equipos y vayamos a clases. Ella toca cuando quiere. Yo me quedé. Soy escritora, pero también DJ”.
Se busca un final feliz no lo promete, pero insinúa que es posible. Con honestidad brutal, belleza narrativa y una voz única, María Luisa del Río firma uno de los libros más íntimos y valientes del año. Ya está disponible en librerías. La presentación oficial será el 29 de abril en Librería Sur.
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