Un baño, ese espacio que debería estar libre de ideología, se ha convertido en el nuevo campo de batalla cultural en el país. El episodio más reciente: la congresista Susel Paredes escoltando a mujeres trans al baño femenino del Congreso por el Día de la Visibilidad Transgénero, celebrado el 31 de marzo. La acción, lejos de generar reflexión, se convirtió en combustible para una nueva polarización mediática.
Desde el sector conservador, las reacciones no tardaron. El congresista Alejandro Muñante (Renovación Popular) impulsó la Ley 8457, que modifica el Código Penal. Con esta medida se prohíbe la entrada a los baños públicos de personas cuyo sexo biológico no coincida con el sexo destinado por el establecimiento, generando cierto rechazo por no respetar la identidad de género.
Pero el progresismo también incurre en errores. En su afán por reivindicar derechos, cae con frecuencia en el gesto efectista. El acto de Paredes, suponiendo que fue bien intencionado, fue realizado sin preparación institucional ni pedagogía pública.
Aunque sea un tema en la agenda actual, el debate no es nuevo. En mayo de 2016, la revista TIME dedicó una de sus portadas a lo que llamó “La batalla por el baño” (The Bathroom War), en referencia al conflicto por el uso de baños públicos por parte de personas trans en Estados Unidos. En aquel reportaje, se describía cómo este tema había dividido radicalmente al país y se presentaba a una adolescente trans como rostro de una generación que buscaba legitimidad más allá de etiquetas. TIME señalaba que el baño se había transformado en un símbolo político: ya no era un espacio higiénico, sino una metáfora de aceptación o rechazo.
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