Entrevista: ENRIQUE CHÁVEZ
“El Accidente” (Planeta, 2024), nueva novela de Santiago Roncagliolo (Lima, 1976), narra la historia de Maritza Fontana, una limeña acomodada que desciende a los infiernos del hampa. La génesis del proyecto está en un pódcast publicado originalmente en 2019.
–¿Cuál fue el gatillo de la novela?
La idea era hacer una historia para ser leída y escuchada. Una historia para que una actriz la cuente. Así que eso tiene que ser rápido. No puedes soltar, no puedes darle un segundo al oyente para abandonar la historia. Entonces busqué referentes como “Breaking Bad” y “Ozarks”, series de televisión con mucho suspenso pero que a la vez hablan del lado oscuro de cosas muy humanas.
–¿Antihéroes?
En realidad, lo son. Gente que encuentra en el lado oscuro, lo que está buscando, lo que necesita. A partir de ahí el siguiente paso fue pensar que iba a ser una actriz mexicana. Y nuestro infierno son las sociedades. Lo que hay más allá de tu barrio, de tu casa, donde estás seguro. Entonces, este personaje tenía que descender al infierno de la realidad social, de cómo funciona el poder y cómo se mueve la sociedad. Iba a ser un crimen sonado. A mí me interesan los monstruos. En mi novela anterior eran brujas, antes los abusadores fueron los terroristas. Cómo brotan estas cosas monstruosas. Estuve trabajando en un documental que al final no salió sobre un caso mexicano. Si un hombre asesina a sus hijos, está mal, pero si una madre lo hace es un monstruo insoportable. La reacción es visceral ante la sola sospecha. Es el mito griego de Medea. A partir de ahí América Latina hizo el resto.
–¿Tener parámetros como los de un pódcast facilita la narración?
Esa es una de las razones por las que siempre juego con el thriller psicológico y político. Si sé cuál es el género ya sé a dónde voy. No hago un plan, no tengo que hacer una estructura o escaleta. Escribo improvisando y voy jugando según lo que me da la música de lo que se va escribiendo. Pero ya las posibilidades están restringidas por la idea de un crescendo de suspenso y un final en el que hay un misterio y una serie de cosas que tienen que ocurrir.
–¿Qué pasó con el pódcast?
Fue un proceso conjunto con la editorial para concluir que quizás es mejor novela que pódcast, en el sentido de que aplicas las posibilidades del formato sonoro. Yo venía usándolo y me parecía una forma diferente de hacer libros. La alta cultura y la cultura popular ya no se distinguen. Y el tema se ha vuelto más actual. Al final es una radiografía de cómo las mafias se van comiendo al Estado porque la gente ya no cree en los Estados y le entrega el poder a las mafias. En el Perú es clarísimo. Pero en toda América Latina es un proceso que ha ido empeorando.
–La historia se desarrolla en el Perú y tiene mucho que ver con divisiones sociales. Pero son procesos continentales. Es decir, en Chile no se imaginaban que podían complicarse con la delincuencia. En Ecuador tampoco.
Sí. Crecí en México rodeado de exiliados latinoamericanos de todas partes. He viajado mucho por razones de la vida y siempre me ha parecido que América Latina es un gran país, un país muy grande, no en el sentido de grandioso. Mis historias suelen ocurrir en Lima porque sé cómo hablan los personajes, a dónde van, cómo se visten, pero igual pasa con los mexicanos, argentinos y colombianos.
–¿Qué categorías particulares asignas a esa frivolidad limeña frente a otros países?
La clase pituca en la que vive Maritza es muy, muy, muy, chiquitita. Todos se conocen entre ellos, se casan entre ellos, comparten unos valores y viven como en un castillo, aterrorizados por lo que hay afuera. Es un poco la metáfora en la base de este libro: el asalto al castillo por parte de los bárbaros. En mi colegio en Surco, pegado a la montaña, había este mito de que un día los pobres iban a salir de los cerros. Es una pesadilla recurrente de la clase alta. Conocí a un empresario brasileño que tenía intereses en su país y España. Vivía en Bahía en un edificio con su propio embarcadero en el mar. Y no pisaba la calle. Bajaba a su yate, se iba al Yacht Club y hacía sus negocios en su yate porque estaba toda la gente con la que tenía que hablar. Volvía a su casa y no pisaba la calle. En efecto, es muy peligroso. Y con todo su dinero de súper millonario se iba tres meses al año a España a vivir como vivimos tú y yo. A caminar por la calle y vivir tranquilamente. El dinero era una cárcel.
–En el Perú lo que se llama sector A está compuesto por el 1 % de la población, con ingresos familiares promedio de S/ 12,300. Dentro de ese grupo están los súper ricos que ganan mucho más. ¿Las democracias pueden aguantar ese nivel de diferencias?
El sueño de los 90 se desmoronó. Se había caído el muro de Berlín, el capitalismo se desplegaba con la promesa de que vas a ser libre y próspero y con tu esfuerzo llegarás adónde tú digas. Y pasan 30 años y ya sabes que si eres rico te vas a morir rico, aunque seas un inútil. Y si eres pobre es altamente probable que te mueras pobre, aunque tengas talento y trabajes mucho. En el caso de una mujer, la promesa era que ya no tienes que ser una ama de casa sometida al marido. Ahora puedes ser empresaria si te lo propones, pero lo que ha pasado es que ahora tienen que ser exitosas y amas de casa porque si no están sometidas a todas esas presiones.
–El “streaming” y los pódcasts influyen en la narrativa actual en un viaje de ida y vuelta. ¿Te preocupa si la gente va a leer menos literatura?
Es muy difícil prever porque van a ser procesos muy diferentes. La gente leerá más en la medida en que haya más educación. Ese proceso lo viví y me benefició. En América Latina mucha más gente comenzó a recibir educación y eso empezó a disparar el número de lectores jóvenes que no había antes. No lo puedes controlar ni saber, pero lo que sí sé es que siempre necesitaremos historias. Si no las tienes, la vida se termina en la pared de tu casa. Con la pandemia, la vida se redujo, y la lectura y las series se dispararon porque necesitamos vivir más de lo que la vida nos ofrece. Yo me considero un contador de historias. Las novelas son lo que más se conoce. Pero escribo guiones de cine, de televisión, teatro. He hecho de escritor fantasma con memorias de personajes, he hecho cosas para niños, me fascina. Para mí cada historia es un viaje y me fascina aprenderlos todos.
–En su crítica de la novela en CARETAS, Ricardo González Vigil saluda tu versatilidad. Hay escritores que son prácticamente monotemáticos. Tú saltas de un tema a otro. ¿Cómo describes tu estilo?
Hay ciertas constantes. Siempre hay hijos buscando padres. Siempre hay exploraciones de un tipo de monstruo y siempre es una exploración de su humanidad. La sociedad crea esos monstruos que no caen del cielo y empuja a la gente a hacer cosas brutales. También hay un lenguaje. Cuando crecí en esta Lima bombardeada de los 80, “100 años de Soledad” o “Tres Tristes Tigres” no se parecían a mi vida. Más cerca estaba un thriller, los policiales o el terror. De ahí viene que nunca hiciese una gran diferencia entre alta cultura y cultura popular. Me apelaba tanto o más que los premios Nobel. Y entonces siempre hay un esfuerzo por hacer cosas de ambos: la efectividad de la cultura popular para soltar la historia, pero también de jugar un poco con el lenguaje.
–A partir de ahí, las temáticas varían.
Cada novela es un viaje. No quiero viajar todos los años al mismo sitio. Y lo que me interesa es la experiencia que me da cada historia. A muchos escritores les interesa su voz y marcar esa voz. Yo hago todo el trabajo, incluso el de lenguaje, para que no te des cuenta de que hay una voz, para que te metas en esa historia, que es algo que viene muy del audiovisual, que lo ves y lo escuchas. Entonces te olvidas de que eso es mentira.
–Haz hecho la comparación generacional con tu padre, de cómo vino de la izquierda y tú te considerabas más liberal. ¿La polarización ha confundido las categorías?
Yo quería ser de derechas, pero la derecha se me fue más a la derecha también. También es complicado el recentrarse.
–Acá tuvimos todo el debate con el liberalismo de Vargas Llosa y lo que representó. En los 90 estuvo la generación de Jaime Bayly. Era otra derecha.
La defensa de los derechos de los homosexuales era de los liberales contra Cuba, que era la que reprimía homosexuales. Ahora la derecha ha recuperado esa parte conservadora, moral, intensa, que me parece insoportable e intolerante. Pero, de nuevo, tiene que ver con que, luego de la caída del Muro de Berlín, se instala como consenso que la izquierda y la derecha aceptan las normas de convivencia individuales. Sé cómo quieras, pero cumple con estas responsabilidades individuales y así vivirás mejor, ganarás más dinero, serás más libre y más rico. Cuando esas promesas se rompieron todos se fueron más a los extremos. Eso ocurrió en Occidente con la crisis de 2008. Después de esa crisis, España, donde vivo, no volvió a ser la que era. La economía de crisis se normalizó. Mucha gente había visto vivir mejor a sus padres y se sentía descontenta porque no le cumplieron esas promesas. Entonces hay que darte un premio consuelo. Serás pobre, pero vamos a echar a los inmigrantes y todos serán igual de pobres. En el caso de Perú creo que cada vez más claramente hay gente que considera que la democracia no funciona y que tenemos que escoger más bien si queremos un dictador tipo Maduro o un dictador tipo Bukele. ¿Cómo es que en los 80 tuvimos diez años de democracia? Acabamos con una inflación del 7000 % y 70 000 muertos. ¿Cómo es que ahora llevamos 24 años de democracia y hay manifestaciones de transportistas para que no los maten por la calle y sube el dengue y la anemia infantil? Todos se echan la culpa mutuamente. Pero izquierda, derecha, caviares, todos han tenido mucho poder. Y no ha funcionado. Y ahora la pregunta que nos da miedo hacernos es: ¿por qué no funciona?
–Tuviste el añadido del experimento de Castillo que nos llevó a mirar el abismo.
Este país tenía unas tasas de crecimiento envidiadas por el mundo. Llegó la pandemia y la gente no tenía refri para confinarse. No tenía cuenta bancaria, hospital, ni oxígeno. Me parece una metáfora muy poderosa. No había oxígeno y esa gente dejó de creer en la democracia y eligió a Castillo. Luego de la catástrofe la otra mitad piensa que con una democracia les eligen un Castillo. Con lo cual ya nadie, o muy pocos, la quieren. Cuando intento defender la democracia me miran como un iluso caviar. ¿Y este que vive en Europa en qué cree que estamos? No tiene ni idea de cómo es este país. Y algo de verdad hay en eso. No tengo la gran solución, me temo.
–Cuando estuvo en el gobierno, Rodríguez Zapatero fue un legitimador del chavismo. Hoy es una especie de canciller internacional de Maduro. ¿Cómo se interpreta en España lo de Venezuela?
Zapatero ha sido un mediador bueno, según a quién le preguntes, o un gran apoyo del régimen de Maduro. Lo que pasa es que en España Venezuela es un tema político interno. Nadie, excepto la izquierda extrema, lo va a defender. El gobierno defiende que ellos han tratado de proteger a Edmundo González y lo han refugiado porque corría peligro. La derecha considera que el gobierno es un socio de Maduro que lo ha ayudado a quitarse de encima a Edmundo González para apuntalar al régimen. Los tres temas latinoamericanos importantes en España son México, Venezuela y Argentina. Y los tres son temas internos que son las referencias de los actores políticos. Ya nadie en su sano juicio considera que lo más cercano es seguir pidiéndoles que presenten las actas. Es como pedirle al diablo que te dé una coca cola.