Los países no mueren, fracasan. No quiebran y los rematan. No. Se hunden en la violencia y la miseria. El deterioro no ocurre de jueves para viernes, sino paciente y diligentemente. ¿Cómo salimos?
La democracia requiere ser optimista. No se puede ser demócrata y pensar que la derrota, el desgobierno y una vida de arbitrariedades son la gran promesa. Y sin embargo… aquí estamos.
Hemos permitido que se instale entre nosotros una renuncia a entendernos y respetarnos. Las señales de la tragedia en ciernes son claras: un galopante populismo autoritario, una desigualdad triste, y el deterioro de la confianza en las instituciones. La vida de las grandes mayorías lejos de mejorar se deteriora, y la capacidad de la gente de salir adelante se pone cuesta arriba.
Resulta claro: No podemos continuar con soluciones del pasado a nuestros desafíos actuales. Tampoco aceptar que los mismos de siempre persistan en el error.
Es verdad, una generación no debe imponer a otra los sueños que no supo realizar. También es verdad que toda generación debe poder entender su historia y responder con sentido de unidad los desafíos de su tiempo. No se madura si permanentemente ‘le quitamos el poto a la jeringa’.
Mi generación debe reconocer el vacío y el fracaso del que ahora somos responsables. No podemos echarle la culpa permanente y de todos nuestros males a nuestros padres, ni a lo ocurrido hace 30 años. Sin excusas, ni amarguras. Mea culpa. Debemos hacernos cargo.
Hagamos lo que no se hizo: entendernos mejor y organizar el enfoque cívico que permita una participación auténtica de nuestra generación y de quienes vienen junto a nosotros. Reinventar las cosas pasa por debates intensos sobre la mejor manera de conjugar la libertad con la igualdad. No se trata de acomodarse sino de decir cosas. De poner ideas y planteamientos que le den sentido a la acción colectiva, dejando de lado divisiones heredadas.
Este texto es un mea culpa y una provocación. Una ‘Misión nacional por el diálogo’ con todos quienes tienen la capacidad de mejorar al país, para configurar un modelo basado en la formación cívica para incidir en el debate público construyendo ideas con un rostro joven.
Para cambiar el mundo debemos al menos intentar comprenderlo, alejados de simplismos. La política que es relevante para la gente es la política capaz de entregar resultados, y no solo buenas intenciones.
Podemos elaborar un conjunto articulado de ideas y principios que nos distancie de la escena actual y sus desaciertos, y nos permita renovar al tiempo que la confianza en nosotros mismos (nadie va a venir a salvarnos), nuestra capacidad colectiva de enfrentar (serenamente) los problemas más complejos de nuestro tiempo. Toda generación tiene un propósito y una misión. La nuestra es clara.
Martín Soto Florián
miembro del Grupo Valentín Paniagua