El camarada Jorge y el dragón (Alfaguara, 270 pp.), el primer volumen de una saga que recrea la trayectoria (descollante en la política peruana y, en general, latinoamericana del siglo XX) de Eudocio Ravines, confirma lo que Rafael Dumett (Lima, 1963) mostró contundentemente desde su primera novela, la majestuosa El espía del Inca: constituye el novelista peruano más dotado surgido en la presente centuria.
Estamos ante un autor en todo el sentido de la palabra, y no meramente un narrador con mano maestra para retratar personajes muy diversos, entretejer los diálogos con la narración (en tercera persona, omnisciente pero “invisible” en la línea de Flaubert), movilizando vivencias en diferentes planos.
Subrayemos algunas marcas de autor: elegir un protagonista que confabula (un espía, un converso contumaz) y que cambia radicalmente su posición política, así el espía termina por traicionar a Atahualpa y luego acoge la rebelión contra la dominación española; y Ravines se vuelve sinónimo de traidor y sedicioso recalcitrante. Ambos cumplen un rol decisivo, pero quedando en un segundo plano, ora frente a Atahualpa y Pizarro, ora a Mariátegui y Haya de la Torre. De otro lado, plasma un híbrido entre la novela histórica (nutrida por un amplio conocimiento de las fuentes existentes, incluyendo ficcionalizaciones de la memoria colectiva como “Juan Ravines no perdona”, de Nuevos cuentos andinos, de Enrique López Albújar) y el relato de aprendizaje, siendo un guiño que la tía Adela (personaje fulgurante: sensual e intelectualmente cultivabada, rebelde contra el machismo, la alienación religiosa y la hipocresía de los poderosos) escoge en la p. 141 leer una novela emblemática: La educación sentimental de Flaubert.
Al concluir cuando Eudocio rompe amarras con el terruño cajamarquino y el entorno familiar, sintiéndose un émulo ateo y politizado de Jesucristo, quien dejó atrás su pasado para comenzar su “vida pública”, y arriba a Lima en 1917, decidido a cumplir su misión de Superhombre, El camarada Jorge y el dragón subraya su condición de novela de aprendizaje, relacionable en muchos aspectos con el Retrato del artista adolescente, de James Joyce. Juzgando que le impiden entregarse a su vocación literaria, Stephen Debalus abandona, al final de dicha novela, a su familia y a su país. Al tornarse ateo, el designio infantil de Debalus de ser sacerdote se metamorfosea: unge al Arte como un sacerdocio profano, vivido a modo del “héroe” que inmortalizará la “epifanía” (el mensaje de liberación total del ser humano) de su época. Comprende que: su apellido procede del mítico artista griego. Por su parte, la fanática madre de Eudocio lo ha hecho aprenderse de memoria los textos bíblicos: vuelto ateo, su admiración (ligada a que el apellido Ravines es un derivado de “rabino”, p. 251) por el radical San Juan Bautisa, el converso San Pablo y, sobre todo, el mesiánico Jesucristo (a la luz de Vida de Jesús de Renán), lo llevará a sentir que está llamado a ser un Superhombre:
“un hombre que guía a multitudes, un hombre que pasa a la historia es un hombre que sabe que los fines siempre justifican los medios. […] y paga sin regatear y en la más absoluta soledad el precio de ceñirse en cuerpo y alma la única moral que lo hace realmente superior a sus semejantes. La moral del Superhombre” (p. 248).
La misma terrible moral que ha impulsado a un Mussolini un Hitler, un Stalin o un Mao.
Respecto al título El camarada Jorge y el dragón, nos enteramos que Ravines actuó en Chile bajo la identidad del camarada Jorge Montero (p. 23). Un alias basado en su fascinación infantil por San Jorge aniquilando al dragón (p. 174).
(Ricardo González Vigil).