Nueve bailarines por nueve luces blancas cuadradas alternándose al pulso de las entradas del uno, salida de la otra. En la hora y pico que dura el espectáculo, nuestro cuerpo se ve solicitado constantemente, desde la primera entrada de una trombonista entre los espectadores, que hace girar la cabeza y vibrar las entrañas, hasta cuando la luz estroboscópica blanca del escenario cae verticalmente sobre un cuerpo masculino, generando mil instantáneas que recuerdan gozosamente unos cuadros de Francis Bacon, filtrados al blanco y negro. Las imágenes fijas creadas son las de un cuerpo en metamorfosis y descomposición, y el gesto circular repetitivo que provoca esas imágenes es tan sencillo que pareciera que todos, universalmente, pudiéramos reconocernos en tan trágicas mutaciones. Como si un cuerpo pudiera trascenderse en imágenes fijas.
Por lo demás, la pieza de danza es un tour de force para los nueve cuerpos que van soltando todo el aire de sus pulmones con pasos y música de discoteca, yoga, vóley, derviche, fanfarria, desde un ambiente sepulcral hasta uno más alegre. Se pudo vislumbrar algunas sonrisas a los dos tercios de este espectáculo exhaustivo. Si bien la puesta en escena es minimalista, con un uso de la luz limitado a dos tonos, blanco y rojo, y el recorrido de los cuerpos a un escenario vacío con nomás un telón rectangular blanco, una luz circular roja y aquel cuadrado de 3 x 3 luces blancas cuadradas encima del escenario, a pesar de todo este purismo geométrico, la sensación que nos llevamos es la de un lleno constante, y aquellas múltiples vibraciones que atraviesa el cuerpo del espectador tendrían más que ver con el horror vacui del neobarroco. La luz envuelve a los cuerpos a modo de las fotografías de estudio y el grafismo de los años 50, especialmente aquellos momentos en que los cuerpos danzando y tromboneando pasan por detrás del telón, y sus siluetas se difractan en degradé de luces. Recuerda cierta portada de Chet Baker del 1954, o las serigrafías de Warhol y los juegos psicodélicos que superponían en los sesenta tonos puros, aludiendo a la flamante iluminación RGB.
Los cuerpos corren en la pista en un vuelo constante de susurros y mandamientos de coach y metales resonando, agotando toda posibilidad de reacción. Y tal vez sea esa fatiga producida el blanco de la negación del título de la pieza: THIS IS NOT. Seguido por paréntesis que podrían (o no) estar prolongando el inicio de la oración: (an act of love & resistance). “Esto no es”, punto. ¿Esto qué es? Esto es, pues, “un acto de amor y resistencia”. Otra lectura posible y contraria, haciendo correr el texto en voz alta: “Esto no es un acto de amor y resistencia”. La ambigüedad permite no tomar la pieza por un panfleto contemporáneo contra la apatía generada por tantas crisis, tanto desprecio al cuerpo humano. A tanto ver y oír respirar esas atletas, recordamos lo imposible que es para muchos simplemente vivir, y la forma en que los gobiernos del mundo entero, sur y norte, castigaron por partida doble nuestros cuerpos durante la pandemia.
PROGRAMACIÓN del Festival Temporada Alta
Y siguen haciéndolo.
Contra la apatía, la fuerza. Contra la dictadura, el empoderamiento. Contra el distanciamiento social, la complicidad del juego. Ese sol rojo que palpita como corazón y se desdibuja en la tela blanca con la alternancia de otras luces, sería una metáfora posible de estas condenas que parecen para toda la vida y finalmente, con la acción combinada de un colectivo, se dejan franquear y finalmente moldear por los deseos.
De España a Perú pasando por Francia, Aina Alegre nos da muchas razones para creer en nuestro poder de agencia, desde la importancia de “saber” respirar, gritar, tomar y ocupar el espacio, tocar un instrumento voluminoso, traspasar las fronteras admitidas del género en todas estas acciones simples. De ahí lo importante que sean mujeres –una tiene todas las formas de un hombre, pero la coreógrafa indica que son 9 mujeres– y que se descubran una tras otra alternativamente las tetas, para liberar visual y políticamente sus pulmones. Es fundamental hoy en día poder apreciar la multitud de formas posibles de senos y caderas, poder ver celulitis en un cuerpo atlético, y derrumbar por lo menos mentalmente el canon tan restrictivo de belleza.
Ahora, lo que sí hace falta para tumbar es el canon de la belleza muscular.
Una sale agotada de tanto despliegue gimnástico, sin poder creer que hayan sido solo 70 minutos, es como correr visualmente una maratón mientras recibiendo clases de trombón. Tal vez le falte unidad al conjunto acelerado de tantas secuencias, pero resulta un maravilloso antídoto al aburrimiento y el público de Teatro NOS de la PUCP se sentía en trance al final.