Codo a codo / cuerpo a cuerpo

por Luis Lama

Creo que la mayoría de espectadores que visita el Museo de Arte de Lima, al enfrentarse a la muestra de Rosa Barba y a la acción que Alys hiciera el 2002 en Lima, se preguntará si eso es arte. Ocurre que en el Perú todo es tan acelerado que un siglo puede tener 22 años y los conceptos sobre arte varían a igual velocidad. Hoy sería utópico plantear una actividad similar.

La fe mueve montañas está considerada como una obra de Land-art, una tendencia de los años 60 – 70 relacionada con la expansión del neomarxismo, que pretendía eliminar elitismos museísticos para hacer del paisaje una obra de arte. Era una farsa. Esas obras requerían millonarias inversiones que provenían de grandes instituciones a las que se pretendía combatir.

Land-art en el Perú

¿Somos ajenos al Land-art? Nuestras líneas de Nazca son consideradas grandes precursoras y a ellas, en 1972, Richard Long añadió una más sin el permiso de María Reiche. Tenemos una línea hecha por un gran artista del siglo XX que el Ministerio de Cultura ignora.

En 1980, Huayco EPS, hizo Sarita Colonia con doce mil latas vacías de leche. En 1995, Ricardo Wiesse, camino a Cieneguilla, pintó con polvos 12 cantutas en homenaje a los asesinados de la Universidad. En 1987, Emilio Rodríguez Larraín hizo en Huanchaco una monumental construcción de adobe hoy destruida por la angurria urbanística.

Performance en el Perú

La obra de Francis Alys (Bélgica, 1959) también implicó una acción masiva al convocar de manera excepcional a 500 personas para mover la duna. Ocurre que las performances de Alys suelen ser solitarias, tienen un marcado carácter ideológico y las realiza, casi todas, en países en crisis, como México, donde vive desde 1989. Paradox of Praxis me resulta la más emblemática: en altas horas de la noche pateaba una pelota de fuego por los extremos de Ciudad Juárez dominada por el narcotráfico.

En el Perú hay pocos performers, pero notables todos, pero es Antonio Páucar el que ha llevado el accionismo a niveles internacionales. Vive entre Huancayo y Berlín.

La Bienal de Lima

Se inicia en 1997 gracias a la iniciativa del alcalde Alberto Andrade que había solicitado a la Unesco que Lima fuera declarada patrimonio universal. Como sus costos no podían ser asumidos por la Municipalidad se consiguieron auspiciadores y se acondicionaron casonas históricas abandonadas -del siglo XVIII al siglo XX- como salas de exhibición.

Para la participación local se realizaba una Bienal Nacional, en la que cada región elegía a sus ganadores para su encuentro final en Lima.  En cambio, para los invitados internacionales se formaba un comité artístico que seleccionaba un prestigioso curador extranjero para que propusiera al artista de su país.

Cuauhtémoc Medina, el gran invitado

Vino a Lima en octubre del 2000 para coordinar la participación de Francis Alys en el siguiente año. Su visita coincidió con la Segunda Bienal Nacional en medio de la conmoción por las próximas elecciones en las que, predeciblemente, ganaría Fujimori.

Debo reconocer que nunca he conocido a un curador tan eficiente y pragmático como Medina. Buscó el sitio específico para la acción, contrató al diseñador de las lampas, se encargó que hicieran camisas con el nombre de la acción, logró donaciones de comida y bebida, buscó el apoyo de los estudiantes de la UNI y tomó contacto con la editorial Turner que hizo los aportes necesarios para realizar un libro magnífico.

Juan Peralta, otro gran curador

La contraparte local de Medina fue Juan Peralta. Él se encargó de lo muchísimo que el mexicano no podía cubrir. Estuvo acompañado de Támira Basallo, Vanessa Wagner, Sol Toledo y todo el equipo de la Bienal. Peralta hacía las coordinaciones con participantes, comidas, traslados, registros, en una tarea particularmente engorrosa. Basta recordar que la Bienal debía celebrarse entre setiembre y diciembre de 2001, pero todo era impredecible en ese año de elecciones donde pasamos de Valentín Paniagua a… ¡Toledo!.

La prudencia recomendaba la postergación del evento y, erróneamente, estimábamos que abril del 2002, después de los disturbios, del verano y del regreso a clases, todo estaría normalizado. Nos equivocamos.

El calor era infernal para una acción en Ventanilla con 500 soñadores. De otro lado, la noche de inauguración los militares sólo permitían ingresar a la Plaza de Armas -rodeada por tanquetas- a quienes presentaban su invitación.

La apertura programada para las 8 se retrasó porque Eliane Karp quería dar un discurso, pero la peluquera no terminaba con su enmarañada cabeza. A las 9 de la noche procedí a inaugurar sin esperarla. Una hora después me di cuenta de que recién llegaba al escuchar su alarido de protesta.

Producción

Ventanilla tenía una zona desértica, con algunas casas de esteras y una duna en el centro. Hasta allí se desplazaron los estudiantes de la UNI junto a muchos de mis alumnos de arte bajo el liderazgo de Giancarlo Vitor.

Para mover la duna se dispuso a los chicos en línea recta, codo a codo, cuerpo a cuerpo, lo que le dio un aspecto literalmente faraónico a una acción divulgada en todo el mundo.

Al final, a pesar de la leyenda, la duna permaneció intacta. La fe sólo movió un poco de arena. La verdadera obra  fue que 500 personas creyeran, que a través del arte, podían mover una montaña. Y así es mejor.

Sicariato cultural.

Después de seis ediciones nacionales e internacionales habíamos logrado un equipo muy entrenado. Vinieron artistas y curadores de mucho prestigio, se integró culturalmente el interior del país con la capital y nos convertimos en una muy respetada bienal joven.

En 2003 Luis Castañeda asumió la Alcaldía y su primer acto fue eliminar la Bienal. En 2022 su alter ego López Aliaga anunció la rápida celebración de la Bienal. No ha cumplido una sola de sus ofertas.

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