Eduardo Monge, de 66 años, trabaja hace más de 30 años en el Hospital Alcides Carrión en el Callao. Apenas se graduó de gastroenterólogo tomó la decisión de que lo suyo era la salud pública. Y la mantiene hasta el día de hoy. Esto a pesar de haber vivido en dos grandes catástrofes: el cólera en 1991 que lo recuerda como “una crisis tremenda que rebasó toda la capacidad” y donde los pacientes se morían simplemente porque no había para darles tres litros de suero; y la COVID-19, treinta años después, en la que, por la edad, le tocó hacer telemedicina. Muchos de sus colegas y alumnos que estaban en primera línea no sobrevivieron.
“Es muy frustrante”, lamenta Monge y continúa: “Y a pesar de los 20 años de crecimiento sostenido del país, no aprendimos nada”. En tal aspecto, al igual que otros aspectos del desarrollo peruano, a pesar de la multiplicación del presupuesto, todavía no se da la mejora de un servicio básico que es, además, un derecho de la población. La pandemia nos volvió a desenmascarar que el país no está preparado para unas emergencias sanitarias como las vividas. “Y pasarán 30 años más y será lo mismo”, asegura Monge.
Trabajar exclusivamente en el sector de salud pública significa enfrentarse todos los días a las diversas carencias del sistema. A pesar de eso, este es el lugar donde se siente más satisfecho. Por un lado, en el Hospital Carrión, Monge atiende personas que no tienen seguro médico porque no están empleados por nadie, pero “al menos conmigo van a encontrar a alguien que se preocupa por ellos”. En el mismo nosocomio vive inmerso en la docencia. Monge espera que los futuros médicos que él está formando tengan la posibilidad de abrazar el trabajo “convencidos que esta profesión es de servicio y que nuestro conocimiento es útil a alguien”.
