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    El actor y comediante Christian Ysla reflexiona sobre el humor en tiempos de sensibilidad social, sin nostalgia, pero con una mirada crítica.

    En los años dorados de la televisión peruana, la risa llegaba por golpe. Era el tiempo de las chapas, los apodos, los dobles sentidos que apuntaban hacia los defectos y estereotipos de las personas. El público aplaudía de pie. Pero el mundo cambió, y el humor, aunque más lento, empieza a revisar sus libretos. A veces con más culpa que claridad.

    Christian Ysla no se pone la camiseta del moralismo, pero sí levanta la mano con algo más difícil: conciencia. “No se trata de decir esto es o no es comedia –señala–. Todo puede ser comedia. Pero cada broma define a quien la dice”. Para el actor, el humor no se cancela, se evalúa: ¿a quién golpea?, ¿desde dónde se dice?, ¿por qué nos reímos?

    En ese sentido, Ysla propone un enfoque que privilegia la crítica al poder y a las élites, dejando de lado al “blanco fácil”. “Yo prefiero hacer humor contra los de arriba. No me interesa pegarle a quien ya es golpeado todos los días”, dice. Pero esa preferencia no es una regla universal ni debe ser tratada como superioridad moral. A fin de cuentas, el humor no es un manual de ética: es un reflejo de época.

    Él mismo admite su camino de contradicciones. “Soy racista, soy machista, soy clasista”, confiesa, reconociendo que cambiar no es inmediato ni absoluto. A veces se equivoca, a veces no se da cuenta. Una anécdota lo marcó: en plena función, un espectador VIP fue blanco de burlas por su aspecto. “Se reían mil personas de él. Y él había pagado para eso”. Fue entonces que se sintió parte de un sistema que no quería reproducir.

    Ysla cuestiona la tradición peruana de la ‘chapa’, tan arraigada como contradictoria. De Trampolín a la Fama a los espectáculos de stand-up tan populares y exitosos actualmente, el humor local ha jugado con estereotipos y prejuicios sin pedir permiso. Y aunque no pide que desaparezca, sí exige honestidad: “Haz el chiste que quieras, pero hazte cargo de lo que significa”.
    Hoy, el humor está en revisión. Las redes visibilizan lo que antes se celebraba sin culpa. La televisión, aunque aún conservadora, ya no es intocable. El stand-up florece, pero también se repite. Ysla no impone, pero sí insiste: que cada quien ría como quiera, pero que entienda desde dónde lo hace.

    El Perú Jaja, una obra exitosa, hizo reflexionar a Ysla sobre la comedia.

    ¿Y hacia dónde va todo esto? Nadie lo sabe del todo. “No hay que rasgarse las vestiduras por lo que fuimos –dice–. Pero sí hay que alegrarse por lo que podríamos llegar a ser”. No todos estarán de acuerdo, pero al menos, el debate ya no se silencia con risas grabadas.

    La sensibilidad actual también ha puesto en el banquillo a íconos del humor peruano. Trampolín a la Fama, Risas y Salsa, La Paisana Jacinta, e incluso el eterno Augusto Ferrando, serían hoy materia prima para escraches digitales y tendencias de indignación. ¿Es justo cancelarlos desde la distancia? ¿O es una manera cómoda de declarar extinto un tipo de humor que, en el fondo, nunca se fue del todo? La cultura de la cancelación, tan veloz como el timeline, tiende a juzgar el pasado con herramientas del presente, ignorando que muchos de esos contenidos no solo eran populares: eran lo único que había. (Marce Rosales)

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