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    A mediados de 1966, Mario Vargas Llosa –ya consagrado por La ciudad y los perros y La casa verde– inicia su colaboración estable con CARETAS. En ese momento, la revista se encontraba en expansión y el novelista, en plena búsqueda de una voz intelectual que incluya y trascienda el ámbito literario. Su firma aportó una mirada cosmopolita y polémica, y ofreció un registro único de sus años de tránsito ideológico. Entre la utopía revolucionaria y su temprana conciencia crítica, se esbozaba el contorno del escritor que décadas después sería Premio Nobel.
    Y hay que decir “colaboración estable” porque Vargas Llosa ya había publicado en mayo de 1960 en CARETAS un despacho sobre un homenaje en París al poeta peruano Cesar Moro, fallecido cuatro años atrás.

    En esos textos tempranos hay un joven brillante de 30 años, fascinado por el debate de ideas, que aborda a figuras como Hemingway, Buñuel, Marx o Roa Bastos. Hay también un viajero impenitente con ojos de novelista. En su primera colaboración, una crónica escrita sobre el paraguayo Augusto Roa Bastos en Buenos Aires y el retorno a su país después de varios años, Vargas Llosa describió las miserias porteñas con una prosa dolida:
    “Ahí viven los paraguayos -dijo Roa Bastos-, esas son las villas miseria”. El ómnibus acababa de dejar Buenos Aires, rumbo al aeropuerto de Ezeiza, y a ambos lados de la carretera, entre los ralos árboles de la pampa, ondulaba miserablemente un mar de chozas”.

    La dictadura liberal de Stroessner podía ser sorprendentemente liberal con literatos y literatura, consideró. “A lo mejor ni se han enterado que existe”.
    Próximo a mudar París por Londres, Vargas Llosa empieza a mostrar un desencanto larvado con la Ciudad Luz. En entrevista con el director de cine español Luis Buñuel, contrapone el París de los años locos con la ciudad real que habita:
    “París es la mejor ciudad que conozco”, dice Buñuel. “No solo la más hermosa, también la más abierta y cordial. En ninguna otra parte he tenido tantos amigos como aquí”. Mi amigo y yo le decimos que las cosas han cambiado mucho, que ahora París es una gigantesca colmena donde todo el mundo vive prisionero en una celda mental, donde es muy difícil comunicarse y dialogar. Aquí ya nadie vive espontáneamente como en los años locos, don Luis, ya no hay sitio para el ocio creador y nadie cree que la poesía hará la verdadera revolución”.

    Tras visitar Dean Street en Londres, escribió sobre su admirado Carlos Marx que en esa calle malvivió en la pobreza: “Aquí la actividad política de Marx disminuyó considerablemente, pero, en cambio, su labor intelectual y creadora una fogosidad, un ímpetu, una virulencia sobrehumana”.

    Sus crónicas sobre la prensa inglesa revelaban escepticismo frente a la supuesta objetividad: “En el caso de “The Times” se observa de una manera flagrante hasta qué punto la famosa objetividad periodística es una imposible utopía y cómo, siempre, una descripción de la realidad implica una cierta interpretación de la misma, una manera de concebirla y de juzgarla”.
    Por otro lado, su interés por la interpretación internacional de los asuntos de su país se manifestaba permanentemente. La revista francesa Europe publicó una antología de literatura peruana que, según evaluó, era fallida. Pero Vargas Llosa destaca el debate ideológico sobre el problema del país:
    “El artículo de fondo sobre la situación del Perú es de Jorge Falcón, quien, repitiendo los tópicos más envejecidos de los indigenistas de hace treinta años, reduce el drama peruano a sus contradicciones sociales, sino fundamentalmente a una oposición racial entre blancos e indios… Mariátegui desbarató esta absurda tesis hace muchos años”.

    Su entusiasmo por la Revolución Cubana es palpable, aunque ya entonces provocaba sanas y marcadas diferencias con la línea editorial de la revista. En febrero de 1967, al publicar la primera de dos crónicas a un viaje a la isla, CARETAS advierte que: “El lector debe estar prevenido de que Mario Vargas Llosa es un admirador convicto y confeso del régimen de Fidel Castro, un “convencido”, como él mismo lo define. Estas impresiones, recogidas en un viaje que hiciera a Cuba en semanas pasadas, son, por lo tanto, producto de una posición claramente definida y, en la opinión de CARETAS, las pretensiones de objetividad del autor, si bien indudablemente honestas, resultan algo ingenuas”.
    El razonamiento de MVLL se resumía en el pasaje siguiente:
    “Los resultados están a la vista de todos: el campesino cubano es dueño de la tierra que trabaja, todo cubano es dueño de la casa donde vive, todo niño cubano tiene garantizada su instrucción, todo cubano tiene asegurada atención médica y jubilación. “Podría citarle una docena de países que han liquidado lo que usted llama miseria radical, y reducido al mínimo las diferencias sociales, sin necesidad de liquidar la libertad de prensa y la democracia representativa, me decía mi amigo italiano en el avión, en la interminable etapa La Habana-Gander. Es cierto. Pero resulta inmoral comparar el caso cubano con Francia, Inglaterra o Suecia: los puntos de comparación adecuados son Bolivia, Perú, Paraguay”.

    En su segunda crónica sobre el viaje, De Sol a Sol con Fidel Castro, describe al dictador como “una fuerza de la naturaleza” que se fue de pesca tras una maratónica charla de 10 horas con un grupo de escritores. Y explicó el diálogo que tuvieron sobre la prensa. “Se trataba, fundamentalmente, del problema número uno de la Revolución: la falta de cuadros. Poco a poco surgirían elementos mejor formados, más capaces, la revolución no podía hacerlo todo a la vez. Por lo demás, el periodismo constituía un problema que el socialismo no había resuelto aún; él estaba dispuesto a reconocer, incluso, que la prensa capitalista estaba mejor hecha”.
    El entusiasmo no mermaba hacia mediados de 1968, cuando comenta la publicación del diario del Che Guevara. “¿Puede un hombre en uso de sus plenas facultades concebir que con una cuarentena de compañeros desencadenarán un proceso en el que derrotará primero a un ejército nacional bien equipado, luego a previsibles fuerzas de intervención de los países vecinos, y finalmente a la potencia militar de Estados Unidos? Lo que formulado así parece utópico, a medida que uno avanza en la lectura del Diario, aparece como realidad posible, por la convicción implacable del hombre que guía a través de la selva y los peligros su minúscula tropa, sin dudar una sola vez de la justicia de su causa y de la eficacia de su método”.

    Su visita a la URSS lo marcó con una decepción más profunda, aunque evitaba hacerla explícita. “Medio siglo de socialismo ha reducido las injusticias sociales a un grado insignificante en comparación con un país capitalista; pero todavía no han “cambiado la vida”. El espectáculo que ofrece Moscú es el del mundo un tanto rutinario, impersonal y monótono de cualquier gran ciudad capitalista”. Y ya consideraba el nacionalismo “encendido e inquietante” en su variante soviética como una amenaza.
    El año previo había condenado la censura denunciada por el escritor ruso Alexandr Solzhenitsin, “que no puede dejar de alarmar, irritar y apenar a ningún escritor, y sobre todo aquellos que estamos convencidos de los gigantescos beneficios que trajo la Revolución al pueblo ruso y ambicionamos una solución de carácter socialista para los problemas de nuestros propios países”.

    Desde esa experiencia se vuelve más escéptico, más incómodo con el dogma. Finalmente, en 1968, tras el golpe de Velasco, que apoyó, Vargas Llosa expresa su alarma en una carta enviada desde Europa. El nuevo gobierno había clausurado CARETAS, y vendrían varias más. “El atropello contra la libertad de expresión que estas medidas constituyen merece la más enérgica condena, y la brutalidad que las acompañó revela, en nuestros flamantes gobernantes, un desprecio absoluto de normas elementales de la vida civilizada”.

    El punto de quiebre definitivo con Cuba llegaría con el caso Padilla en 1971. Tras la detención del poeta cubano Heberto Padilla por “actividades subversivas”, Vargas Llosa rompe públicamente con el régimen de Castro. En entrevista con César Hildebrandt argumentó que “el socialismo no necesita humillar a nadie, sea obrero, campesino o escritor, para lograr su objetivo, que es, precisamente, establecer una relación verdaderamente justa entre todos los hombres”.

    El idealista joven Vargas Llosa propugnaba un socialismo en libertad. En los años siguientes continuó siendo colaborador y figura recurrente en CARETAS. En julio de 1977 firmó en estas páginas su primera columna Piedra de Toque, trece años antes que el diario español El País la compre y sindique. Tras la campaña presidencial se peleó con la revista, pues consideró que trató injustamente su candidatura presidencial. Su frustración con el director Enrique Zileri quedó consignada en El Pez en el Agua, aunque luego vino la reconciliación y volvería a publicar su columna quincenal aquí durante varios años más. La diferencia en la periodicidad (la columna salía el domingo, este medio se publica los jueves) motivó el alejamiento definitivo.
    CARETAS fue testigo y plataforma de su tránsito. Vargas Llosa pasó del joven revolucionario al intelectual crítico. De París a La Habana, de Lima a Moscú, sus crónicas y ensayos trazaron el itinerario de un escritor que siempre eligió pensar por cuenta propia. n

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