Mañana jueves, cuando los destructores estadounidenses USS Gravely, USS Jason Dunham y USS Sampson se instalen frente a las costas venezolanas, se abrirá inevitablemente la pregunta: ¿se trata de un operativo limitado de interdicción antidrogas o de un preludio de intervención?
La versión oficial de Washington apunta a lo primero: operaciones prolongadas en aguas internacionales para cortar las rutas del narcotráfico, particularmente aquellas que parten desde Venezuela. Sin embargo, la magnitud del despliegue —que incluye al buque de asalto anfibio USS Iwo Jima con más de 4.000 efectivos embarcados— sugiere que la Casa Blanca quiere algo más que capturas puntuales. La sola presencia de una Marine Expeditionary Unit en el Caribe equivale a tener la llave lista para abrir un escenario de desembarco.
¿Una invasión realista?
El discurso oficial habla de lucha antidrogas, pero la lectura geopolítica es más amplia. El envío de destructores y de un buque anfibio de gran envergadura es un mensaje directo a Nicolás Maduro y a sus aliados: Washington tiene la capacidad de proyectar fuerza sobre el terreno si lo decide. Dicho esto, el costo político y militar de una invasión abierta a Venezuela sería enorme. No solo por la resistencia que podría organizar Caracas —que ya movilizó a más de cuatro millones de milicianos— sino también por la reacción regional y el impacto en organismos internacionales.
La probabilidad inmediata de invasión parece baja. Más bien, el despliegue cumple la función clásica de “mostrar músculo”: generar disuasión, condicionar la política interna de Maduro y reforzar la narrativa estadounidense de que el chavismo es un epicentro del narcoterrorismo. Pero la historia latinoamericana enseña que estas operaciones navales a veces no se quedan en el umbral.
Los antecedentes: Panamá y Granada
Dos episodios marcan el referente más cercano de lo que puede significar un movimiento de estas dimensiones:
- Panamá, 1989: La operación Causa Justa derrocó en cuestión de días al general Manuel Antonio Noriega. Estados Unidos desplegó más de 27.000 tropas y utilizó su superioridad aérea y tecnológica para tomar el control de puntos estratégicos. La excusa oficial fue la protección de ciudadanos estadounidenses y la defensa del canal, pero el objetivo real fue remover a un aliado caído en desgracia.
- Granada, 1983: La invasión se justificó como respuesta a la inestabilidad tras el asesinato del primer ministro Maurice Bishop. En apenas una semana, tropas estadounidenses y caribeñas aseguraron la isla, expulsaron a las fuerzas cubanas y restablecieron un gobierno afín. Fue una operación breve, quirúrgica y con escaso costo interno para Washington.
Tecnología y nuevas variables
Cuarenta años después, la ecuación tecnológica es distinta. La guerra electrónica, los drones y los sistemas de misiles antibuque convierten cualquier desembarco en un reto más complejo que en Panamá o Granada. Pero la asimetría sigue favoreciendo a EE.UU.: los destructores clase Aegis y el Iwo Jima otorgan a Washington un abanico de opciones, desde interdicción de cargamentos hasta ataques de precisión sobre infraestructura crítica.
En otras palabras: la posibilidad real de invasión existe, porque el despliegue contiene todos los elementos necesarios. Pero en el tablero actual parece más un movimiento de presión y disuasión que una orden en marcha. El dilema no es técnico, sino político: ¿está dispuesta la Casa Blanca a cargar con los costos de una intervención directa en Venezuela?