¿Qué se puede decir sin palabras? Mucho o incluso todo. Issa Watanabe, la ilustradora peruana galardonada con el prestigioso premio de la Feria de Bologna al mejor libro ilustrado de no ficción, ha logrado cautivar al público internacional con su obra Kintsugi, un álbum silente que explora los intrincados senderos de la resiliencia humana.
A través de sus ilustraciones, Issa Watanabe —cuyo nombre es un homenaje al poeta Kobayashi Issa y significa “taza de té”— nos sumerge en un viaje personal y universal, donde sus dibujos son el resultado honesto de sus emociones. Kintsugi se erige como un monumento a la belleza que surge de la imperfección, celebrando la antigua técnica japonesa de reparar cerámica rota con oro.
En una entrevista con CARETAS, Watanabe nos abre las puertas de su universo creativo, revelando el propósito de sus obras y la búsqueda incansable de una narrativa que trascienda las fronteras culturales y de idiomas.
Lejos de ser una limitación, este enfoque audaz se convierte en una fortaleza, permitiendo a Watanabe explorar temas complejos y desafiantes que a menudo se consideran tabú en el mundo infantil. Sus libros Migrante (2019) y Kintsugi (2023) abordan respectivamente la migración forzada y los momentos de crisis y quiebres en la vida, tópicos que podrían parecer demasiado oscuros para los lectores más pequeños, pero que la autora busca abordar con delicadeza y honestidad. “Estos libros pueden ser el punto de partida para una conversación sobre estos temas”.
“Si a un niño que ha sufrido la pérdida de su abuelo le dices que después regresó y todo quedó bien, no es cierto. Con el tiempo será tu compañía o lo tendrás en el interior, pero la verdad es que hay algo que cambia y eso es lo que quiero contar”, afirma. “Hay que ser honestos con los niños. A veces pensamos que no pueden entender las cosas y menospreciamos un poco sus capacidades. Es todo lo contrario”.
Watanabe nos recuerda que los niños son testigos de las realidades más duras del mundo, ya sea a través de las noticias, las redes sociales o sus propias experiencias. Sus libros, lejos de protegerlos, les brindan un espacio seguro para procesar y reflexionar sobre estas cuestiones complejas, permitiéndoles encontrar resonancia en las analogías visuales que cautivan tanto a los jóvenes como a los adultos. Y lo mejor de todo es que al emplear animales como personajes, el mensaje es más fácil de interpretar e interiorizar sin tener los limitantes de las brechas culturales o de idioma.
Pero Kintsugi no se limita a ser un simple relato de dolor y pérdida. Es una oda a la esperanza, a la capacidad humana de reconstruirse y florecer a partir de las cicatrices. Inspirada en la técnica milenaria del mismo nombre, la obra celebra la belleza única que surge de la reparación, donde cada grieta y cada imperfección se convierten en un lienzo dorado, una prueba tangible de la resiliencia y la transformación. De hecho, haciendo juego con el origen nipón de su nombre, muestra una taza rompiéndose en las primeras páginas.
“Los objetos que se reparan al final no son el mismo objeto”, explica. “Se rompen y con piezas de estos, el personaje va reconstruyendo algo nuevo que tiene otra función. Estos pedazos pueden repararse, pero no van a ser de la misma forma, aunque son igual de bellos”.
Más que un simple libro ilustrado, Kintsugi es un testimonio íntimo de la propia jornada de sanación, una catarsis creativa que surgió de una experiencia personal traumática. “Hubo una crisis durísima en una experiencia personal, y parte de esto es entender qué ha pasado, tratar de explicarlo y encontrarle cierto sentido a través del dibujo”, confiesa.
A pesar de su éxito, se mantiene humilde y agradecida por el reconocimiento inesperado de la Feria de Bologna. “No sabía que era una posibilidad”, admite. “Estoy muy contenta, sobre todo porque fue inesperado. Es bonito que este tipo de libros que tocan temas más abstractos, fuertes o profundos sean reconocidos”.
Con Kintsugi, Issa Watanabe ha logrado algo extraordinario: crear un espacio sagrado donde las palabras se funden con el silencio, y las imágenes se convierten en poderosos vehículos de empatía y sanación. A través de sus ilustraciones cautivadoras, nos invita a abrazar nuestras propias cicatrices y a encontrar la belleza en la imperfección, recordándonos que la resiliencia humana es un lienzo en constante evolución, donde cada trazo dorado es una celebración de la vida misma. Más allá de lo ingrato y displicente que puede ser el dolor, lo hermoso está en el proceso de sanación y la aceptación del cambio.