Ser encontrado a la deriva en la inmensidad del océano puede considerarse un milagro. Este año ha habido casos, que la prensa ha destacado, sobre embarcaciones que zarparon a la mar y sus tripulantes fueron hallados con vida más de un mes y medio después.
Uno de ellos fue el caso de Máximo Napa Castro, un solitario pescador artesanal apodado “Gatón”. Su embarcación bautizada como “Gatón 2” zarpó de San Juan de Marcona y fue encontrada 95 días después por un barco pesquero, de bandera ecuatoriana, que estaba navegando fuera de las 800 millas en faenas de pesca de atún.
Otro caso fue el del barco “Mi Juanita”, cuya tripulación constaba de cinco pescadores. Zarparon en marzo de Pucusana y, a pesar que siete días después mandaron un mensaje avisando que estaban en problemas, los familiares y amigos no supieron más ellos hasta después de 43 días.
Ambas embarcaciones fueron encontradas a la deriva en aguas ecuatorianas debido a que: “La corriente de Humboldt, que viene del sur y recorre el litoral peruano, choca, más o menos a la altura de Paita, con la corriente del Niño que viene de Australia y pega con el Ecuador”, explica Jonathan Sucksmith, experimentado pescador que cuando tenía 22 años se perdió junto a una pequeña tripulación durante 34 días, siendo encontrados a 700 millas náuticas de Ecuador.
Teoría que confirma el Almirante Harry Chiarella, comandante de Operaciones de Guardacostas: “Por la incidencia de casos que hemos tenido a lo largo de los años, las corrientes tienden a dirigirse hacia el noroeste. Llegan a Galápagos, y hasta mucho más allá. Algunas embarcaciones aparecen frente a la costa de Estados Unidos o inclusive Hawái”.


Actualmente la Dirección General de Capitanías y Guardacostas (DICAPI) de la Marina de Guerra del Perú tiene seis casos SAR (Search and Rescue) activos. Tres de ellos son en la costa y los otros tres en ríos de la selva.
De acuerdo a la ley marítima para navegar en el Perú, todo bote deber tener, además de un patrón con licencia, un instrumento que se conoce como radiobaliza (EPIRB). Por otro lado, toda la tripulación a bordo debe contar con un mínimo de preparación y un carnet de embarque. Esto lamentablemente no se cumple a cabalidad.
“El EPIRB o radiobaliza es un dispositivo que, al contacto con el agua o la activación manual, emite una señal al satélite. Tenemos el sistema COSPAS ARSAT que recibe la señal en la instalación en la Comandancia de Operaciones de Guardacostas y nos indica la posición geográfica, en qué latitud y longitud está”, señala el Almirante Chiarella, inclusive da el nombre de la embarcación.
Estos dispositivos cuestan entre USD 300 y USD 1800, dependiendo del tamaño de la embarcación. Antes de cualquier zarpe, la capitanía tiene la responsabilidad de verificar que la embarcación esté operativa, tenga implementos de seguridad, además de suficiente víveres y agua para su tripulación.


El problema es que, como otras cosas en el Perú, muchos se hacen de la vista gorda y por un poco de pescado a cambio, dejan que la embarcación zarpe. Por otro lado, el Almirante Chiarella señala que hay 14 capitanías a lo largo de los 3,000 kilómetros de costa y entre ellas varias caletas que los pescadores aprovechan para salir a la mar sin control.
Para Jonathan Sucksmith “es crucial que en el Perú se haga un análisis exhaustivo acerca del protocolo destinado a salvar vidas humanas, especialmente en el contexto de la pesca”. Y puntualiza: “La conversación debe centrarse en quién está realmente verificando las condiciones de seguridad, ya que no podemos simplemente mirar hacia otro lado y permitir que los pescadores operen sin los recursos adecuados, como una radiobaliza”.
“Imagínense si ubicar a una persona en plena ciudad es difícil”, dice el Almirante Chiarella, “en el mar es bastante, mucho más difícil. No digo imposible, porque con equipos electrónicos podemos ayudarnos … en el caso de Gatón no teníamos ninguna información”.



RESILIENCIA DE UN PESCADOR
Todos quienes no nos dedicamos a la pesca o no salimos más allá de unos metros de la costa peruana no podemos imaginar lo que es encontrarse a la deriva. ¿Qué es lo que se viene a la mente cuando un pescador o una tripulación descubren que están a la deriva? El escritor Juan Carlos Mústiga, pescador apasionado, vivió esa experiencia hace unos años. Al momento de zarpar de Pisco, junto a otros tres tripulantes, soñaba con una buena pesca ya que la embarcación tenía un espinel de 800 anzuelos, sin embargo, el motor “nuevo”, falló a 90 millas de la costa. “Era nuestra primera salida y la inexperiencia nos jugó una mala pasada”, confiesa Mústiga. Intentaron comunicarse con capitanía “pero nadie contestó”. Conforme pasaban las horas, la angustia se incrementaba y para colmo, el agua que tenían los enfermó del estómago. “Era como una maldición desde el principio”. A pesar de las adversidades, el grupo mantuvo el ánimo.
Desarmaron una banca para hacer un timón, con las bolsas donde habría ido el pescado armaron una vela y con un compás y un navegador fijaron un rumbo.
Mantener el espíritu arriba y sobre todo mantenerse ocupado es el secreto para sobrevivir a un naufragio. En medio del océano, el tiempo parece dilatarse y a menudo las esperanzas comienzan a desvanecerse. Mústiga recuerda “esa sensación extraña …. una mezcla de paz y miedo” y agrega: “Así debe ser la muerte, como una rendición”. Durante los 11 días que estuvieron en alta mar “la mente nos jugó trucos, pero había que mantener la fe y la risa era nuestra única salvación,” señala.
De pronto sin imaginar al onceavo día de haber zarpando y no haber logrado contacto con nadie avizoraron un faro. Él recuerda que “fue como un sueño”.
Al llegar a tierra firme la vida cotidiana no había cambiado, pero ellos sí. Esa aventura les enseñó lecciones de resiliencia y camaradería.
