La llegada a Pataz es una prueba de voluntad. Desde Lima se vuela a Trujillo, capital de La Libertad. Desde ahí, una avioneta ligera surca los Andes durante una hora hasta un aeródromo precario. Luego, tres horas por carretera maltratada: curvas cerradas, tramos sin pavimento, pendientes que bordean abismos. No hay mejor metáfora del abandono estatal que esta ruta a lo que debería ser el epicentro aurífero del Perú.
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