Las comedias suelen ser escaparates sociales ante situaciones como las actuales, en las que los peruanos estamos preocupados por una ruta tanática irreversible. Por eso, las obras son síntomas de cómo la comunidad teatral está leyendo la actualidad. En este caso, esta propuesta ligera, presenta los oscuros recovecos que ocultamos las familias que, a pesar de esas tinieblas, optan por mantenerse juntas, aunque es ya una posición sumamente tóxica e inaceptable para ciertos estándares. Sin embargo, los vínculos familiares suelen tener esas paradojas y contradicciones. En esta puesta todos tienen secretos que han ocultado por años o simplemente los han olvidado selectivamente. Y estas intimidades van saliendo como formas de rompimiento social posible, pero solo funcionan para certificar la graciosa convivencia de un grupo disfuncional que se resigna a un enredo mayúsculo.
Con esfuerzo escénico irregular de un elenco que no termina de ensamblar, más allá de las ambiciones contextuales del guion, quedan vacíos los núcleos cómicos principales. Es decir, queda un tanto incierto el sentido lógico de la puesta ya que los secretos son liberados sin mayor drama, como si fuera solamente un acto administrativo. Tal vez ese sea su principal valor, que no hay sino simulaciones invisiblemente aceptadas como parte del conformismo, juegos chistosos de espejismos, donde cualquier drama posible es simplemente una acción ocurrente de la vida que hay que aceptar sin chistar. De ese modo, el discurrir de la historia oscila entre revelaciones grandilocuentes y magnificadas al punto de la inverosimilitud. Y ello, lamentablemente, debilita el circuito de confesiones y acusaciones de la comedia en ciernes. Puede ser un problema del texto original, su traducción o una dirección que ha desperdiciado la oportunidad de consolidar los gags. En cualquier caso, no funciona. Se torna rápidamente predecible y, como es conocido, eso es trágico para cualquier comedia.
No obstante, la razón principal de la obra tiene un poder disolvente: que los ocultamientos familiares son terribles. Es que muchas estirpes aparentan felicidad y dicha considerables y, ante eventos catastróficos, se someten a intensas pruebas morales y psicológicas ellas mismas. Aquí, esta familia que envejece con sus secretos mejor guardados, resiste con heroísmo campechano todos los embates que ellos mismos han provocado. Su tejido nuclear apenas es tocado, impermeable a la ruptura, acepta lo lúdico como un canal de liberación. Bernasconi y Paris son una pareja que se reta con sus destrezas actorales, por eso, su esperada aparición es como un dueto que se bate a duelo y se enfrentan en una batalla verbal y mental en la que incluso, la improvisación, como ha sucedido, se convierte en un arma de contraataque.
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