Pedro Castillo sigue en lo suyo: el engaño y la manipulación. Ahora, desde prisión, inicia una huelga de hambre como si fuera un preso político y no el autor de un golpe de Estado torpe y frustrado. Sus abogados –algunos argentinos, otros entusiastas internacionales de los caudillos en desgracia– y personajes como la presidenta de México insisten en querer hacer “cholitos” a los peruanos con una narrativa absurda: que Castillo no cometió delito alguno y que su proclama fue solo un discurso sin consecuencias. Pero la realidad es ineludible.
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