La juramentación de Donald Trump para su segundo mandato como presidente de Estados Unidos comenzó a generar una ola expansiva de alcances todavía insospechados. Tras un discurso inaugural que comenzó con el anuncio de la declaratoria de emergencia en la frontera sur, reiteró todas sus promesas –o amenazas– de campaña. Sus dos obsesiones de fondo son posicionar la migración como la gran amenaza que enfrenta su país –aunque los datos duros digan lo contrario– y escalar la guerra comercial con China para combatir el déficit fiscal que se acerca al 7 % del PBI. Aunque Estados Unidos es una democracia, todo indica que Trump preferiría enfrentarse a la dictadura china en similitud de condiciones. La avalancha de órdenes ejecutivas firmadas durante las primeras horas de su gobierno da cuenta del impacto: terminó los programas relacionados con Diversidad, Equidad e Inclusión; limitó el reconocimiento del Estado a solo dos sexos; y removió las protecciones a personas trans en cárceles federales. También retiró a su país del Acuerdo de París, que compromete a sus firmantes a combatir el cambio climático, y declaró una emergencia energética nacional que le permitirá saltarse permisos ambientales para expedir permisos a proyectos mineros. Las órdenes también están relacionadas con incrementar de manera sustancial la perforación de petróleo en detrimento del desarrollo de energías alternativas. Si a ello se suman otras decisiones como el retiro estadounidense de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y cambiarle el nombre al Golfo de México por Golfo de América, comenzamos a ver un nuevo dibujo del mundo. Por el momento, firmó órdenes que establecen investigaciones preliminares para imponer nuevos aranceles, particularmente a China, Canadá y México, lo que se cruzará con datos sobre migración y flujo de drogas procedentes de esos países.
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