“Yo quiero que a mí me entierren como a mis antepasados, en el vientre oscuro y fresco de una vasija de barro”. Tal cual dice la canción popular, hace unos días un grupo cercano de amigos del museólogo y gestor cultural Lucho Repetto Málaga cumplieron su voluntad. Sus cenizas fueron echadas al río Apurímac (dios que habla), desde el centro del puente Q’eswachaca.
El Q’eswachaca es una joya de ingeniería incaica de casi 30 metros de largo y 1.20 metros de ancho, construida a base de fibra vegetal (ichu) trenzada y se encuentra instalado en el departamento del Cusco a 3,700 m.s.n.m. Su mantenimiento y renovación se realiza mediante un rito ejecutado cada año en el mes de junio por miembros de las comunidades locales Chaupibanda, Choccayhua, Huinchiri y Ccollana. Al final de la faena todos celebran con grandes
Años antes, que llegara el coronavirus y sin imaginar que este mal se lo llevaría a otra dimensión, Repetto había pedido que el día que falleciera sus cenizas fueran introducidas en una olla de barro y arrojadas desde el centro del puente, y así mismo fue. La ceremonia de despacho ofrecida al Apu Q’eswachaca y a la Pachamama fue oficiada por el sacerdote andino Cayetano Canahuire, en compañía de Eleuterio Callo y Victoriano Arizapana (tejedores del puente).
“Para la ceremonia, Cayetano fue primorosamente preparando el despacho con quintus de coca del Qosñipata unidos por grasa de llama y pétalos de claveles rojos, caramelos de colores, galletas y pequeñas ofrendas. La olla iba pasando de brazo en brazo mientras sus amigos le decían palabras de despedida y agradecimiento al amigo querido”, recuenta Miguel Rubio, director del Grupo Cultural Yuyachkani y agrega: “Fue un hermoso ritual de celebración de su vida y duelo por su ausencia”.
Y sigue el relato: “A las 12 del medio día y con un sol esplendoroso, el despacho fue quemado en ofrecimiento a la madre tierra. Finalmente, las cenizas de Lucho llegaron a las aguas del río. Al caer la olla y romperse, se tiñó alrededor de ella un círculo verde color esmeralda, salpicado de brillos como de luciérnagas de agua. Mientras el río seguía su curso fue recibiendo flores, pisco, cuy chactado, trozos de queso y tortillas de maíz, que llegaron de la fiesta de San Gerónimo para acompañar la travesía”.
“Lucho ahora es río y sigue viajando por el Perú como lo hizo toda su vida”, señala su gran amigo, Miguel Rubio después de cumplir fielmente con el encargo.