A un economista arequipeño –con apellido modificado para simular ser descendiente directo de un conquistador, asesor de varios dignatarios en el mundo, algunos de ellos sátrapas–– le pareció que Andrés Hurtado, “Chibolín”, tenía un coeficiente intelectual por encima del peruano promedio. Quizá por eso, Hernando de Soto, lo hizo su asesor de marketing político en la última campaña presidencial y lo visitó reiteradamente en su programa televisivo. Pero, no solo el economista se dejó seducir por el lisonjero comediante travestido reconvertido en empresario, asesor, lobista y, sobre todo, en el hacedor de una verdadera telaraña de tráfico de influencias e impermeable corrupción transversal. También cayó redondito el alcalde de Lima Rafael López Aliaga quien, solo en este 2024, fue cuatro veces el invitado estelar de su show televisivo para participar de una empalagosa propaganda de su gestión municipal. En la última presentación, Hurtado metió la mano al bolsillo del alcalde, extrajo su cartera, sacó todos los billetes que encontró, y se los regaló a una artesana andina que había sido invitada, no para recibir dádivas indignas, sino para mostrar su trabajo. El alcalde toleró la vejación con una sonrisa complaciente.
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