La muerte del expresidente Alberto Fujimori por cáncer a los 86 años cierra una era política en el Perú. El resquebrajamiento de su salud se acentuó a fines de junio con la caída que le rompió la cadera. Apenas en diciembre del año pasado había salido en libertad por decisión del Tribunal Constitucional, que habilitó finalmente el indulto concedido por el expresidente Pedro Pablo Kuczynski el año 2017, hace ya siete años. Fue el último tramo de una vida turbulenta, controversial y muy influyente en el devenir del país.
Apenas hace dos meses y medio CARETAS concluía que “lo de Alberto Fujimori es un conjuro, un hechizo obrado sobre el Perú desde hace casi 35 años”. El protagonismo del expresidente y su familia en la vida política del país ha sido innegable, sostenido y muy profundo.
Al concluir su gobierno varios analistas vaticinaron que el fujimorismo iría desapareciendo de a pocos, languideciendo como ocurrió con otras dinastías como el odriísmo.
No pasó y, aunque fuera un imposible, su hija Keiko y él mismo jugaron con la posibilidad de una candidatura presidencial para el 2026, cuando tuviera 88 años. Los impedimentos, tanto jurídicos como biológicos, hacían esa posibilidad muy remota. Pero siempre podía moverse un nuevo psicosocial, propinar un último golpe de efecto.
Una selección de las muchas carátulas de CARETAS que tuvo a Fujimori en el centro de gravedad. Un decenio de cambios sísmicos y también autoritarismo.
SOMBRAS Y LUCES
¿Un presidente como tú?, ironizó CARETAS en la primera carátula dedicada al “chinito” que irrumpió como un aluvión y terminó por arrancharle el triunfo al FREDEMO liderado por Mario Vargas Llosa. Ese fue su primer impacto duradero. No solo se convirtió en el outsider por excelencia, sino que apareció en las preferencias casi de un día para otro. Desde entonces, los políticos peruanos se corren de las campañas largas como de la lepra. Y puede argumentarse que las consecuencias fueron más allá. Como consecuencia, el liderazgo político en el Perú no existe como tal. Los presidenciables en otros países opinan, critican y comentan permanentemente la coyuntura. Funcionan gabinetes en la sombra y emiten propuestas. En el Perú todo político tiene un miedo permanente de quemarse antes de tiempo.
La aniquilación del sistema de partidos en sí fue otra consecuencia de largo plazo. La guerra que emprendió contra los políticos “tradicionales” fue determinante para diezmar a los partidos que no se volvieron a recuperar. La proliferación de los partidos cascarón, llamados en un principio “vientres de alquiler”, fue incentivada por él mismo en su vida política. Fujimori lideró siete agrupaciones políticas distintas: el movimiento Cambio 90, el movimiento Nueva Mayoría, el movimiento Vamos Vecino, la Alianza Perú 2000, el partido Sí Cumple, el partido Perú Patria Segura y la Alianza por el Futuro. Recientemente se inscribió en el partido Fuerza Popular liderado por su hija Keiko, que paradójicamente está al frente del partido actualmente más estructurado del país.
Otro hito de su gobierno fue el cierre inconstitucional del Congreso en 1992. Marcó una ruptura con los golpes clásicos del pasado latinoamericano y, a pesar de no estar justificado en la realidad política, contó, según las encuestas, con el apoyo de por encima del 80 % de la ciudadanía. Desde entonces el Congreso ha sido cerrado dos veces más en el Perú. El 30 de septiembre de 2019 el entonces presidente Martín Vizcarra lo disolvió, según él constitucionalmente, tras negársele en dos ocasiones una cuestión de confianza. Las encuestas también le asignaron un 85 % de apoyo. La influencia de Fujimori en la materia fue tal que, cuando Pedro Castillo perpetró su intento de golpe de Estado lo hizo leyendo un discurso muy parecido a aquel del 5 de abril de 1992. Si bien el balance de poderes no se inclinaba a favor de Castillo, que tenía a la mayoría de Lima en contra, las violentas manifestaciones que siguieron demandaban en parte el cierre del Congreso, hoy convertido en una de las instituciones más rechazadas del sistema democrático.
La concentración de poder por parte de Fujimori a partir de ese momento corrompió las instituciones, las Fuerzas Armadas y policiales y organizaciones privadas fundamentales para el funcionamiento de un sistema democrático, como es el caso de la prensa.
El papel de Vladimiro Montesinos como poder en la sombra fue paradigmático. La orgía de corrupción en la que naufragó el decenio de Fujimori inspiró libros y películas. La fuga y renuncia por fax del mandatario fue indigna y vergonzosa. Episodios posteriores como el de su frustrada candidatura al senado japonés fueron nuevos insultos contra el Perú.
A pesar de todo, Fujimori y lo que representó su gobierno retuvieron importantes cuotas de popularidad. Se suele citar dos pilares para explicarlo: la derrota del terrorismo y el cambio dramático del modelo económico.
En el primer caso estaba claro que militares y policías habían experimentado una evolución estratégica desde los años terribles de la primera mitad de los 80, con muchos crímenes y abusos atribuidos a miembros de las fuerzas del orden. La demencial violencia desatada por Sendero Luminoso y luego el MRTA fue enfrentada luego por la alianza entre las Fuerzas Armadas y el campesinado, expresada en los Comités de Autodefensa inspirados en las rondas campesinas de Cajamarca. Con los mandos replegados a las ciudades, el trabajo de la inteligencia policial apoyado por el gobierno de Fujimori fue fundamental para lograr la captura de los líderes terroristas, empezando por Abimael Guzmán. Luego, un operativo espectacularmente exitoso como el de Chavín de Huántar, aun con los cuestionamientos sobre presuntas ejecuciones extrajudiciales, cimentó su imagen de invisibilidad.
A pesar de este desenlace, Montesinos patrocinó desde el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) a un escuadrón de la muerte, el Grupo Colina, que cometió crímenes execrables, inútiles para la derrota de los terroristas. A pesar de las advertencias, Fujimori encubrió ese trabajo criminal desde Palacio. Montesinos fue cómplice del narcotráfico y traficantes de armas. Pero la opinión sobre él, que Fujimori dio a conocer en febrero último, incluso después de haber cumplido la mayor parte de su condena, resultó desconcertante:
“Cada persona comete sus errores, pero él cumplió también su función. Él ha trabajado en Inteligencia y lo hizo bien. Bueno, al final un poco que se mareó. Lo mareó el dinero”.
En su primera campaña prometió que votar por Vargas Llosa era votar por el shock y votar por el chinito era votar por el “no shock”. Sin un plan de gobierno estructurado, terminó por aplicar las reformas liberales y de mercado que fueron fundamentales para sacar el país a flote. El supuesto Plan Verde urdido por los militares las incluía, como también el proceso de corte autoritario que siguió después.
La CEPAL lo llamó “quizá el proceso de reforma estructural más intenso y acelerado de los procesos de reforma económica puestos en marcha en América Latina”.
El modelo de desarrollo basado en la industrialización por sustitución de importaciones fue dejado de lado y, en paralelo, se aplicó un severo proceso de estabilización macroeconómica y una rápida secuencia de reformas estructurales. En consecuencia, se eliminaron todos los controles de precios, se liberalizó tanto el tipo de cambio como la tasa de interés, el mercado de trabajo fue desregulado, fue implementada una profunda reforma tributaria y se liberalizó el comercio exterior con la eliminación total de barreras arancelarias.
La privatización de más de 250 empresas públicas completó una liberalización que terminó con décadas de experimentos estatistas y procesos hiperinflacionarios para pasar a una economía con mucho mayor acento privado y más abierta al mundo.
Un tercer elemento, menos mencionado, aseguró por años la base social del personaje. Hasta ahora se repiten las historias de los viajes que Fujimori hizo sobre el terreno por multitud de pueblos que recibían por primera vez a un mandatario. Las órdenes impartidas a sus ministros sobre el terreno es un método hasta ahora reproducido por populistas de toda laya. Un aparato como el de Foncodes, hecho para multiplicar pequeñas obras de impacto, dio músculo a sus promesas. Es la característica que más suelen traer a colación los sucesores en Palacio y sus colaboradores. Incluso los enemigos de Fujimori.