Por: Hans Alejandro Herrera Núñez
Federico Bauer tiene medio siglo de trabajo en el campo de las artes plásticas y su última muestra de pinturas y esculturas se inauguró el pasado 3 de septiembre en galería Forum. No obstante su éxito, ha preferido recogerse en una vida ascética dedicada solo al arte y al cuidado de sus perros de raza peruana. Su casa tiene más el aspecto de una masía catalana donde los olivos crecen y hacen parecer el lugar aún más grande de lo que ya es. Allí el artista va tajando el paisaje emocional de la vida, buscando la forma perfecta, la cual fija en su obra.
“Yo siempre vivo oliendo y mirando de costado”, comenta Federico mientras me comparte la historia de los primeros años de su juventud y su aventura en el arte. “No sé hablaba, pero todo se sentía”, continúa comentándome los años de una infancia rural.
Su casa en Pachacamac, aunque alcanzada por el fenómeno urbanista, sigue teniendo ese toque rústico. “El campo tiene historia. Tiene parecidos. Son sitios remotos. Lo que más miedo he creído que me daba de niño era esa soledad. Ahora busco esa soledad de manera tranquila”.
Respecto al trabajo de pintor y la vida, observa: “Qué vas a decir si no has vivido. Entonces mejor te vas a Nueva York donde las cosas ya están hechas. Yo pude haberme dedicado a cualquier otra cosa, haber sido telefonista y ahora sería un gordo pensionista. En cambio, la pintura me da emoción en el alma. Actualmente hemos formado una comunidad en Pachacamac, que seguramente si estaba en Lima no hubiese pasado”.
Como bien menciona, “quiero poner un taller de recuperación y puesta en valor de carrizo y del arte popular. Un taller orientado a lo popular, al trabajo de los artesanos, porque el artesano le mete cariño y tiene un sentido comunitario. Pero en el marco de un concepto de arte popular contemporáneo. Por ejemplo, las vacas locas ya no existen, es una tradición artística que se está perdiendo y que tal si desde los colegios, en manualidades, recuperamos el uso de carrizo”.
Solo algo que molesta a Federico y es el poco aprecio de parte de los peruanos. “Me molesta que un francés me pague lo que trabajo y no así el peruano, que no termina de apreciar el arte popular que es nuestro lenguaje, nuestro idioma en cuanto a símbolos. El extranjero sí lo percibe y le fascina”.
Para Salvador Velarde, “Federico juega con la inventiva de un artista y con el oficio de un artesano. Sus obras son seres vivos que nos hablan, se burlan, nos sonríen y nos cuentan secretos (…). Como saltarín, va de una emoción a otra, pasa del pecado a la santidad, de la bulla al silencio, del alboroto a la reflexión. Juega siempre. Es un niño travieso, nos desconcierta, nos divierte, nos incomoda, nos llena de alegría, pero también de perturbación e inquietud. Todo a la vez. Pero tiene otra vertiente en su creación. Yo la llamo su lado monacal, su lado silencioso, su equilibrio. Es el mundo de sus texturas, sus cuadros no figurativos, compuestos de espacios y líneas, sin colorido, sólo grises y tierras. Composiciones sombrías sin efectos llamativos. Obras que llaman a la contemplación y al silencio”.