Enrique Zileri forjó su personaje mítico a punta de arranques operáticos, gestos heroicos y lo que hoy llaman habilidades blandas. Una combinación inusual que se traducía en un carisma arrollador. Con la aparente sencillez de los que se saben grandes, lideraba con inteligencia, buen humor y la rabieta ocasional. Aunque solía criticar los excesos de sus colegas, tampoco tenía dificultad en reconocerles logros. Dedicado al oficio divertido pero extenuante de la revistería, y no a otro como la televisión, evitó caer en la egolatría que consume a tantos periodistas, incluidos contemporáneos y pupilos.
Su publicación –fundada por su madre Doris Gibson y Paco Igartua, pero indudablemente delineada por su personalidad– era la versión muy peruana del periodismo interpretativo, surgido hace alrededor de un siglo con los semanarios gringos. La propuesta era generalista y parcelada por secciones, con un fuerte acento gráfico y agudo sentido del humor.
Había un contraste entre la percepción del personaje y su trabajo. Por definición, el periodismo interpretativo lee la situación desde una perspectiva equilibrada y factual, que no quiere decir académica y neutral. La única especulación admitida es la que se supone inteligente. La propia, inevitable, subjetividad debe ser domada en lo posible a partir de la conciencia misma de su existencia.
Un ejercicio informado, permanente, que permite interpretar los hechos con sentido común, sin pasarse de adjetivos ni extrapolar conclusiones. Lo que no quiere decir que una carátula o una Concha de la Semana bien puestas no provoquen urticaria en sus objetos de estudio.
Algunas máximas que sirvieron entonces y siguen siendo útiles para nuestro trabajo en tiempos de redes antisociales, extremas simplificaciones y desborde de opinión:
- Sospechar de los linchamientos y correrse del coro, usualmente gritón y errado.
- Distanciarse, del mismo modo, de los endiosamientos a personajes públicos.
- Los gobiernos son monstruos de varias cabezas. Se critica lo malo y se saluda lo bueno.
- Una sociedad requiere de activismos, pero confundirlos con el periodismo es equivocado.
- La defensa de la democracia y las instituciones está por encima de todo. Ser inflexible con ellas y tolerante con los autoritarismos ha sido –y para muchos todavía es– un vicio nacional.
- Toda fuente tiene un interés, pero un medio no se limita a ser su caja de resonancia ni a abandonar su independencia. Es indigno de un periodista que se considere como tal.
- Evitar los antis es fundamental para hacer buen periodismo.
- Perder el sentido de las proporciones le hace mucho daño al oficio y al país.
- El poder ilimitado desde cualquier posición es una amenaza para la democracia.
- El periodismo debe ser crítico por naturaleza, pero si atiza permanentemente la fogata de la negatividad y el pesimismo, contribuye a la erosión del tejido social y favorece los desenlaces autocráticos.