Escribe: JUSTO CARBAJAL AGUIRRE
La visita de la presidenta de la República a China ha generado una serie de críticas, porque ha evidenciado (una vez más) la poca capacidad técnica para promover inversiones por parte del gobierno peruano. Y no solo eso, sino que también ha vendido una idea gaseosa a la ciudadanía.
Con el liderazgo de Javier Pérez-Reyes, ministro de Transportes y Comunicaciones (MTC), Boluarte se enrumbó en un viaje durante más de treinta horas para impulsar proyectos que “prometen transformar la conectividad”. Sin embargo, detrás de los titulares optimistas y las proyecciones ambiciosas, hay aspectos que merecen un escrutinio y evaluación crítica.
En primer lugar, es crucial destacar que cuatro de los seis proyectos anunciados aún se encuentran en etapa preliminar. No cuentan con estudios y no hay ni un ápice de acuerdo concreto con China. Y es que el mismo portal del MTC anunció que estos bien podrían realizarse con Canadá, Alemania o Francia.
Lo cierto es que la ejecución de estos proyectos con China está lejos de ser una certeza. Por ejemplo, aunque mencionan que los proyectos Lima-Ica y Puerto San Juan de Marcona-Andahuaylas están más avanzados, con perfiles de preinversión en proceso de aprobación, la construcción y la operación aún son lejanos.
Lo que hizo Pérez-Reyes fue dar una conferencia magistral, lo que también es conocido sin tanto bombo como los “roadshows”. Y afirmó que el Gobierno espera una inversión superior a los USD 21 mil millones bajo la modalidad de gobierno-gobierno. Esto último resulta particularmente curioso porque sin un estudio previo no es posible siquiera definir qué modalidad podría ser la más idónea para la ejecución de los proyectos.
Fomentar inversiones en el Perú va más allá de discursos y de hablar del Kam Lu Wantan. Promover que otros países inviertan dinero en el país se incentiva con el crecimiento económico (y no con el piloto automático en marcha que aún no nos saca de la recesión); va con mantener una estabilidad política y con garantizar un posicionamiento del país a nivel mundial (y no con lamentarnos porque, después de mucho, el Perú no pudo ingresar a la OCDE).
Lamentablemente, el ministro ha ido a promocionar una idea que carece de información detallada sobre los estudios de factibilidad, los impactos ambientales y sociales, así como la aceptación de la población local, lo cual puede minar la legitimidad y aceptación de estos proyectos a largo plazo.
La idea de invertir en estos proyectos no está nada mal, muy por el contrario, podría ser muy beneficiosa para el país. Sin embargo, preocupa también el mal criterio con el que se diseñó el equipo que acompañó a la presidenta Boluarte en esta misión. Informes periodísticos indican que la comitiva incluyó a personas sin perfil técnico específico para abordar aspectos críticos de los proyectos ferroviarios y de infraestructura en general. Esto plantea dudas sobre la capacidad del gobierno para negociar acuerdos complejos y, sobre todo, asegurar que los intereses del país estén debidamente representados y protegidos en términos costo-beneficio. Tampoco se trata de dar 100 y recibir a cambio 1. Tenemos que ser muy responsables en este punto.
La reciente mención de la presidenta Boluarte, sobre los chifas, en lugar de centrarse en aspectos más sustanciales y estratégicos que realmente podrían promover inversiones, es la cereza del pastel. Si bien es importante fortalecer las relaciones bilaterales y explorar oportunidades comerciales, la prioridad debe ser garantizar que cualquier acuerdo tenga potencial para realizarse y hacer lo necesario para garantizarlo.
La situación francamente resulta lamentable porque la infraestructura ferroviaria en el Perú es una necesidad urgente. Estas obras mejorarían enormemente la conectividad, facilitarían el transporte de mercancías, de personas y podrían abrir nuevas oportunidades económicas en regiones que históricamente han sido marginadas. No solo eso, solucionarían en gran parte el tremendo tráfico que aqueja a Lima y eso nos hará más competitivos en el mercado regional.
Por ejemplo, el proyecto Lima-Ica, con su potencial para mejorar la conectividad entre la capital y el sur del país, podría impulsar el turismo y disparar el transporte de productos agrícolas. De manera similar, la conexión ferroviaria entre Lambayeque y Cajamarca podría estimular el desarrollo económico en una región con un enorme potencial minero y agrícola.
Generar una falsa expectativa no contribuye a la construcción de estos proyectos. Resulta apremiante que el Ejecutivo reflexione sobre la estrategia que pone en marcha y, si bien las inversiones chinas están teniendo relevancia por el hub de Chancay, lo real es que debería socializarse también con otras naciones que tienen más experiencia en ferrocarriles. Esto nos permitirá tener una visión más clara al respecto. El gobierno debe acudir, pero con cartas mucho más sólidas, que contengan los múltiples factores de inversión de toda propuesta seria.