Santiago Roncagliolo: «Todo fundamentalismo es religioso, querer imponer una idea por encima del diálogo social implica darle categoría de dogma» | Entrevista

Por: Gabriel Ruiz Ortega | Reconocido escritor Santiago Roncagliolo y su novela más ambiciosa: "El año en que nació el Demonio", ambientada en el siglo XVII.
Santiago Roncagliolo. (FOTO: VÍCTOR CH. VARGAS).

Dueño de una obra saludada por la crítica y los lectores, el escritor Santiago Roncagliolo publica El año en que nació el Demonio, un monumental fresco social e histórico en el cual el siglo XVII mantiene no pocos ecos en la actualidad. Novela llamada a ser un título referencial en la poética del escritor peruano, quien conversa sobre ella con CARETAS.

—Todo indica que esta es tu novela más ambiciosa. También sabemos que su escritura te demandó casi 10 años. ¿Por qué te interesaste en la primera mitad del siglo XVII?

Porque se parece mucho al siglo XXI. La Lima de la novela era una pequeña ciudad amurallada donde se concentraba el poder de un grupo de hombres blancos, como siguen siendo algunos barrios. El poder también consideraba monstruos a los que eran y diferentes étnica o sexualmente, y aún hoy llama terrorista a alguien por ser de Ayacucho, o deforme por ser homosexual. Las mujeres eran culpadas incluso de la violencia contra ellas mismas, y todavía hoy, si una mujer es violada, hay quien se pregunta por qué salió de noche, por qué se vistió provocativamente. El universo virreinal se halla en el origen de muchas cosas que vivimos hoy en día. Pero además, resulta visualmente muy poderoso: penitentes flagelándose, rebeliones de esclavos, anticristos nacidos en conventos, brujas, demonios… El siglo XVII es un alegoría gótica y terrorífica de nuestra actualidad.

—El relato de Alonso Morales, el joven alguacil del Santo Oficio, es verosímil y no es cosa menor puesto que retratas mediante su voz a toda una época.

No quería narrar un crimen del siglo XXI investigado por un personaje que piense como alguien del siglo XXI, pero con un decorado de época. Quería transportar al lector al virreinato. Lo que investiga Alonso Morales es dónde está el demonio, y si tiene una bruja como cómplice. Para que esa premisa funcionase, necesitaba narrar con una voz de ese tiempo, que transmitiese más que una secuencia de hechos: una manera de pensar. El lector no solo se zambulle en un siglo diferente, sino en su mentalidad.

—¿Ponerle humor o ingenuidad a Alonso Morales se debió a una estrategia narrativa?

Para mí, es inevitable. Crecí en un mundo de bombas, atentados, escasez, inflación. El humor negro era un mecanismo de defensa, sin el cual no habría sobrevivido. En los noventa, mi generación contaba chistes sobre las medidas económicas, sobre el servicio de inteligencia… Ahora, en mis libros, escribo de cosas muy oscuras. Así que supongo que el humor es una forma de hacerlas soportables. Pero ni siquiera me lo planteo de un modo muy técnico. Es lo que me sale de manera natural.

Publicación de Seix Barral.

—La novela tiene ecos en la actualidad: ¿el fundamentalismo religioso es el más peligroso de todos?

Todo fundamentalismo es religioso, aunque no se admita como tal. Querer imponer una idea por encima del diálogo social —sea el libre mercado, la revolución o el conservadurismo— implica darle categoría de dogma. Pero todo dogma genera también sus vías de escape. En el caso de las mujeres, el único destino que les deparaba la sociedad era ser esposas de alguien: úteros que garantizasen la perpetuación de las categorías sociales. Cada uno de los personajes femeninos de la novela busca un escape a ese destino. Santa Rosa decide casarse con Dios. Mencia convierte su convento en un refugio para liberar a las mujeres. Jerónima se entrega a la revolución. Incluso la madre de Alonso, a su manera, encuentra una vida propia, al margen del matrimonio. 

—¿Sientes que la novela refleja tu madurez narrativa?

No pienso mucho en el lugar que tiene cada novela dentro de mi carrera. No hay plan. Ya es bastante difícil encontrar una historia, desarrollarla, buscar una voz, un universo, un ritmo, escribir cientos de páginas… Supongo que, con el tiempo, los lectores irán decidiendo qué sentido tiene cada libro. Yo tengo bastante con llegar al siguiente. Porque en este trabajo, nunca sabes si podrás escribir otro. Quizá no tengas la energía, el tiempo o el dinero que requiere. Yo he escrito cada libro pensando que podía ser el último. Y así se me han pasado veinte años. Solo aspiro a que pasen veinte más.

—Siguiendo en la línea temática de la novela, en cuanto al extremismo, ¿qué te preocupa más hoy de Perú?

La normalización de la estupidez. Hablamos de un país en que un presidente anuncia un golpe de Estado y luego dice que no se dio cuenta porque lo habían drogado. Donde una presidenta afirma que los muertos por la represión se han hecho matar para hacerle daño al gobierno. Donde los congresistas se blindan de procesos penales mientras crecen el dengue y la anemia. Un país donde el debate público alcanza ese nivel de disparate es un país que ya no sabe distinguir lo ridículo de lo aceptable, lo cierto de lo falso, lo moral de lo inmoral. Y sin esas distinciones, no es posible una democracia.

(Gabriel Ruiz Ortega).