¿Qué lecciones nos deja la destrucción en Huanchaco de “La máquina de arcilla” de Emilio Rodríguez-Larraín?

Por: Gabriel Ruiz Ortega | Para Sebastián Rodríguez-Larraín, esta desgracia debe ser el punto de partida para discutir sobre el descuido de nuestro patrimonio cultural, el cual si es bien llevado puede generar bienestar para las comunidades más vulnerables del país.

Como ya es de conocimiento en el circuito cultural peruano, la famosa escultura La máquina de arcilla —ubicada en Huanchaco, Trujillo, y compuesta por siete cubos y siete muros— del artista plástico Emilio Rodríguez-Larraín (1928 – 2015), ha sido destruida.

Hasta el momento, no se sabe quiénes serían los responsables. Se barajan varios entripados, como el negocio inmobiliario, el tráfico de terrenos y el desinterés de las autoridades del balneario norteño.

Rodríguez-Larraín empezó a trabajar esta escultura en 1987 y la presentó en 1988 en el marco de la III Bienal de Arte de Trujillo. Durante algunas temporadas, este espacio se convirtió en un paso obligado para los turistas e interesados en la cultura y arte peruanos. Si una cualidad distinguía parte de la obra de Rodríguez-Larraín, esta era la instalación, la cual se nutría de lo estético, ético y utilitario, en permanente tránsito/diálogo entre lo histórico y lo moderno. Para quienes lograron conocer La máquina de arcilla, queda claro que la misma despertaba una extrañeza en el espectador, la cual no se circunscribía únicamente a la mera contemplación.

Video de César Tincopa Mejía. «La máquina de arcilla» de Emilio Rodríguez Larraín. Fuente: YouTube.

Ni bien se enteró de esta nefasta noticia, el artista y fotógrafo Sebastián Rodríguez-Larraín —hijo de ERL— señaló en su cuenta de Twitter lo siguiente: “Lo que da más pena no es la destrucción de la Máquina, sino lo que su destrucción dice de nuestro país”, impresión con la que sin duda estamos de acuerdo. Sin embargo, «este suceso, tan trágico que aparezca, lo veo como un A blessing in disguise. Es una oportunidad de tomar conciencia y definir nuestra posición frente a nuestra historia como una nación. ¿Vamos a valorar, respetar y desarrollar con creatividad y amor nuestra cultura?”.

En comunicación con CARETAS, a la pregunta sobre las sensaciones que lo embargan tras enterarse del atentado contra La máquina de arcilla, la voz de Sebastián Rodríguez-Larraín no oculta el pesar. “En realidad, culpable de esta destrucción somos todos, porque esa escultura ha estado abandonada durante años, es muy penoso lo que ha pasado”. Mas su ánimo no tarda en cambiar: «Hagamos de esta tragedia una polémica y discutamos lo que estamos haciendo con nuestro patrimonio cultural. Solo discutiendo podemos poner en valor nuestra cultura. De nada me sirve indignarme si no hago algo al respecto”.

Lo que ha sucedido con La máquina de arcilla no es, bajo ningún punto de vista, un hecho aislado. No son pocos los patrimonios culturales que están desprotegidos, ya sea porque no cuentan con amparo oficial o por descuido de los llamados a protegerlos.

“Nos ha faltado educación para cuidar lo que tenemos, los esfuerzos han sido limitados”, precisa Sebastián Rodríguez-Larraín.

Emilio Rodríguez-Larraín en pleno proceso. Crédito Archivo Patrimonio Emilio Rodríguez-Larraín Balta.

Lo señalado tiene asidero en la realidad y por la manera en que se ha demolido esta escultura (los siete cubos destrozados, como consigna el fotógrafo trujillano José Carlos Orillo para El Comercio), no sería nada extraño pensar que detrás de la demolición está el pulpo del negocio inmobiliario, que en su afán pecuniario ni siquiera respeta lo que está legalmente protegido.

Al respecto, CARETAS ha puesto en evidencia (1 y 2) el interés de las inmobiliarias, que bajo el pretexto de la modernidad, han intentado borrar del mapa el patrimonio cultural arquitectónico —intención avalada por el Ministerio de Cultura, institución a la que CARETAS ha pedido una entrevista con el encargado del sector para hablar justamente de esta suerte de tic-tac corrosivo que ya lleva haciendo de las suyas por varios lustros— para edificar los últimos gritos de la moda del fierro y cemento.

“Desde antes de La máquina de arcilla, mi padre me contaba, cuando era pequeño, de su idea de hacer proyectos que no solo fueran estéticos, sino también utilitarios y éticos, para que generen un impacto en la población y así ayudar a los peruanos más vulnerables. Hay mucho patrimonio no protegido en el país, no hay que esperar a que les pase lo de la Máquina para reaccionar. En 2016 presenté un plan para salvaguardar esta escultura, pero nadie hizo caso, no hubo interés”.

La lógica impone sus razones: si La máquina de arcilla, siendo la escultura de uno de los artistas peruanos más respetados y sólidos del siglo XX, no estuvo cuidada, pues no hay mucho que pensar sobre la desprotección de otros patrimonios culturales del país. Huacas abandonadas, casonas históricas en la mira de las inmobiliarias, emblemáticos parques a la espera de ser intervenidos para ser convertidos en remedos de Disneylandia. En fin, la lista de atrocidades puede ser larga.

Pero las coincidencias y el azar, no son eventos gratuitos. Cuando confluyen pueden ofrecer una mirada distinta a situaciones inconcebibles.

En los últimos años, «La máquina de arcilla» mostraba un evidente descuido.

Sebastián Rodríguez-Larraín ha recibido esta triste noticia en días en los que está por desempeñar un anhelo personal: mediante unas becas de la Fundación Celo, realiza NFTs (Non-Fungible Tokens) en beneficio de comunidades vulnerables en Perú.

“Por medio de la cultura y su puesta en valor, podemos forjar negocios sostenibles, sistemas financieros que beneficien a las comunidades más vulnerables del país. El próximo 3 de abril daré una charla en Barcelona durante el Celo Connect, que es la conferencia anual de la Fundación Celo, en la que brindaré los avances y la importancia de este proyecto con el que me identifiqué desde un principio. Además, próximamente estaré llevando a cabo mi proyecto Utility NFTs con los centenarios (personas de 100 años a más) de Huancavelica y también con los hermanos shipibo-konibo del Rímac».

Y añade:

«No se puede hacer más con lo sucedido en la Máquina, pero de eso se trata: pasar de lo peor a algo mejor. Que lo sucedido nos lleve a reflexionar sobre nuestra cultura y lo que podemos hacer con ella para ayudar a las comunidades más necesitadas. Mi padre, Emilio Rodríguez-Larraín, me enseñó estos valores, inculcándome la idea de que el arte también puede generar un impacto social que beneficie a los peruanos. Él tenía un proyecto llamado “Refugio de Los Andes”. Estoy tomando lo que me enseñó con los «Refugios», legado que sigo ahora y potencio con mis Utility NFT projects».

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