Las relaciones tóxicas en el circuito artístico peruano

Cuando se lee Las ideas estéticas de Freud (Teresa del Conde, Editorial Grijalbo) o algún otro libro sobre arte y psicoanálisis uno se cuestiona si la perturbación del artista es mayor que la de cada uno de nosotros. Los psiquiatras amigos me responden que nuestras neurosis no la definen las vocaciones ni el ejercicio de la creatividad. El artista tiene otras cualidades y conflictos que lo llevan a dar prioridad a sus sueños diurnos (Breton) sobre la realidad. Eso puede apreciarse en todos los aspectos de la vida, incluyendo, por cierto, el sexo. La primera relación tóxica del artista es consigo mismo, como toda la gente.

¿Pueden los artistas del Perú vivir de su trabajo? En un plano estrictamente económico, muy pocos lo logran. Si analizamos a los egresados de las escuelas de arte comprobaremos que solo un puñado ha podido insertarse en  el mercado local. Una situación realmente trágica pues cada año egresan unos 300 artistas en todo el Perú. Más del 95 % de ellos se dedica a otras tareas para sobrevivir. Los más privilegiados emigrarán a otro país, particularmente a Europa, donde encontrarán grandes museos y abundantes becas y residencias. Pero difícilmente podrán regresar y reinsertarse en una realidad local, totalmente ajena a la de su nueva vida.

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Muchos pretenden ignorar que “una obra de arte no llega a ser tal si no es recibida. El consumo completa el hecho artístico, modifica su sentido” (García Canclini). Todo se completa con la exhibición. Mientras permanezca encerrado no se cumple el principio de comunicación que demanda el arte. Esto hace indispensable a las galerías. Están los museos y los centros culturales pero su cantidad es ínfima si tomamos en cuenta el número de artistas existentes. Siempre queda Instagram y para los desesperados, rabiosos como Benji, está a la mano Tik Tok.

Muchos suelen odiar a las galerías, particularmente porque cobran comisiones. Estas oscilan entre 40% a 50%. A ese porcentaje se le añade el IGV en caso de emisión de facturas, por lo que el artista, en el peor de los casos, se quedará con la tercera parte de lo que cuesta la obra. Es memorable el rechazo de Ramiro Llona a Lucia de La Puente. Pero él es uno de nuestros artistas más importantes y podía darse ese lujo. En cambio, Huanchaco (Fernando Gutiérrez, 1978) en su etapa de marcos profusamente tallados como altares, llegó a alcanzar una cotización cercana a los 50 mil dólares. Pero lo que recibía apenas le servía para pagar sus altos costos de producción. Lo considero altamente respetable.

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A la comisión se añade la exclusividad que algunas exigen. Pero no hay reciprocidad porque ninguna galería garantiza una venta mínima. Otra modalidad, introducida en el medio por Enlace, es comprarle al artista toda su producción, pagándole un monto que apenas le permitía sobrevivir con cierto decoro. Pero esto es una explotación a la cual solo los más necesitados se someten. Los hijos deben comer.

A pesar de marchands independientes y decoradores que cobran un porcentaje menor, muchos prefieren vender en su taller. Algunos descuentan el porcentaje de galerías, lo cual es suicida. En un medio tan reducido todo se sabe: difícilmente alguien pagará en el mercado lo que puede comprar en el taller en 40% menos.

¿Son necesarias las galerías dentro de nuestro sistema? Estoy convencido de que lo son. Ellas regulan el mercado y se preocupan de la cotización de los artistas que representan. Veamos el caso de los pintores del Parque Central de Miraflores. Todos pintan bien y deben de haber estudiado. Sin embargo, han dejado de lado su condición de artistas para convertirse en artesanos de la pintura, repitiendo el mismo cuadro a medida que se va vendiendo. Estos trabajos cuestan un promedio de mil soles, pero una galería no cobraría menos de mil dólares y le brindaría una externalidad que no tendrían jamás en el parque.

Es memorable el rechazo de Ramiro Llona a Lucía de la Puente. Llona fotografiado por Víctor Ch. Vargas.

Sin la crítica de arte o la crónica cultural los artistas no tendrían el anhelado reconocimiento mediático. Aquí se presenta la tercera relación tóxica: Los artistas odian a los críticos que no les gusta su obra. Su rechazo es comprensible pero la crítica es un simple intermediario entre creador y público. El verdadero poder no lo tiene el crítico sino el espacio que le otorga un medio de comunicación. Además, a diferencia de otros países, una elogiosa crítica de cine, libros o arte no hace un éxito en el mercado peruano, en el mejor de los casos difundirá la obra e insuflará el ego del artista.

Los curadores son necesarios en una retrospectiva o una colectiva coherente. Sin embargo, son descartables en una individual.  Muchos artistas los convocan para que respalden sus exposiciones, pero esto es un despropósito. Un ejemplo lo vemos en la mínima muestra de Katherinne Fiedler en Galería del Paseo.  Ella tiene capacidad de análisis y no necesita respaldo alguno, sin embargo, convocó al notable Miguel López. En cambio, Ricardo Córdova prescindió de todo curador en La Galería e hizo su propio texto de presentación. Él tiene la seguridad de los maestros.

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He trabajado con muy buenos curadores, Sharon Lerner y Juan Peralta entre otros. Pero hay demasiados, sobrevalorados por ellos mismos, en tal abundancia que al bienintencionado José Carlos Mariátegui se le ocurrió hacer una asociación. Allí se puede apreciar quiénes se consideran así. ¿Por qué está de moda estudiar curaduría cuando se ha mostrado que se requieren muy pocos? ¿Luce hípster ser curador hoy? ¿No se han elaborado ellos mismos la aureola de poder? Recordemos la efímera trayectoria de Nicolás Tarnawiecki. Adquirió rápidamente poder y se evaporó por un plagio. Todo fue una ilusión.

Finalmente, el veneno mayor: los coleccionistas. Muchos artistas equiparan el éxito de ventas con el triunfo artístico. Es una fusión de exhibicionismo, ignorancia, conservadurismo y esnobismo que hace imposible evaluar a través de las colecciones lo que ocurre en materia de arte. Hay algunos muy buenos, pero como en todo, son minoría. Otros compran arte porque se sienten identificados con la obra, pero la mayoría son “acumuladores de arte” (Elida Román) y por ser imprescindibles se entabla la relación más tóxica del medio. Sin ellos, sencillamente, no existiría mercado.

*Las caricaturas de este artículo son del artista mexicano Pablo Helguera, de sus libros Artoons. Las leyendas son traducciones libres de Luis Lama.

https://caretas.com.pe/cultura/el-hundimiento-el-mercado-del-arte-en-tiempos-de-pedro-castillo/