Escribe: Luis Lama
Galería Forum presentó la muestra El silencio de una casa imaginaria de Kevin de la O (Lima, 1995), un joven artista sorprendentemente seguro y con una obra que se aparta de los cánones establecidos a través de estallido de color y de referentes posmodernos a lo mejor del arte norteamericano del siglo anterior.
Cabría añadir que hay una suerte de impudicia con este regreso a la pintura en medio de una generación dedicada a instalaciones, ensamblajes y conceptualismos que cada vez más se reiteran.
Finalmente, está el tema del mercado. La cotización de esta obra es saludablemente modesta a diferencia de otros jóvenes egresados con insufribles aspiraciones de grandeza.
—Hablemos de tus estudios en Bellas Artes y de tus profesores en esta institución. ¿Qué es lo que más has aprendido allí?
No recuerdo a muchos profesores que hayan ejercido impacto en mis primeros años, porque, quizás, no entendía bien lo que hacía allí. Mi estadía en Bellas Artes no fue tan fantástica que digamos, pero hubo algunas tareas que me impactaron. En el curso de taller de arte, nos mandaron a hacer un trabajo social y elegimos dar un taller de pintura en Maranguita, para así aprender a armar un proyecto social coherente y presentarlo a una institución. Esa tarea fue clave para darme cuenta de lo que quería pintar unos años después.
—Al concluir tus estudios marchaste a Arequipa a estudiar en la Escuela Baca Flor. Luego partiste a España a ver y a vivir. ¿Cuál ha sido el resultado de estas experiencias?
Me escapé de casa. Siempre tuve problemas con mis padres, a mi madre no la veo desde que tenía 12 años porque así lo decidí. Y con mi padre no tenía contacto alguno. En Arequipa puede darme cuenta de la importancia de la luz para mi pintura. España también fue fundamental. El sol de Andalucía y sus inmensos campos de olivos han dejado rastros en mi pintura.
—He visto tus aproximaciones a una imaginería queer que luego has abandonado. ¿Temor a la homofobia o al rechazo dentro de nuestro sistema?
Siempre me preguntan si soy gay, solo porque pinto hombres desnudos con penes azules.
—No estoy hablando de tu sexualidad.
Mi interés por la figura masculina nace por mi pasión por los trazos fuertes y facciones de drogadictos desnutridos. Pero también llegó a interesarme esta fragilidad masculina que veía entre amistades que no la manifestaban en público. Mi idea de retratar a dos hombres se originó a partir de dos amigos muy cercanos, con interacciones muy parecidas a las que dos mujeres tendrían. Querían expulsar viejas heridas, algo que no hacemos entre hombres. Luego empiezo un estudio de figura masculina sin intenciones eróticas.
—Todo cuerpo humano es erótico por naturaleza. Juan Peralta, un curador superlativo, analiza muy bien tus referentes. En realidad, tu obra luce más a Hopper visto por Hockney a través de la metafísica.
Invité a Juan Peralta a mi taller y le hablé sobre mi pasión por Hockney. Hasta tengo un tatuaje con su apellido en mi muñeca izquierda. Hopper empezó a interesarme por sus personajes con las miradas vacías. Me recordaban mucho a una madrastra esquizofrénica. Son esas miradas perdidas que tanto veo en la cotidianidad limeña.
—Hopper trabaja la soledad, el desencuentro, el no-lugar. Tu obra es de melancolía, con un protagonismo del color y de la geometría. Luce una apropiación de matices posmodernos de pintores norteamericanos ubicados entre los años 40 y 70 del siglo anterior.
No he estudiado profundamente el arte norteamericano de esos años. Lo que sí suelo hacer es ver muchas imágenes. Todos los lunes me dedico a sentarme en la computadora a buscar fotos, ver documentales o películas. Hago una selección de las formas que me llaman la atención y las guardo para usarlas durante la semana. Instagram también se ha vuelto un buen banco de referencias.
—Tienes un lenguaje seguro a pesar de tu juventud. He podido apreciar cómo de las pinceladas sueltas has ido derivando a una pintura de planos geométricos que lucen estar creados a través de medios digitales.
Creo mucho en la disciplina. Siento que tengo mucho que decir y hacer. Creo que por eso pinto relativamente rápido. Hago varios cuadros en paralelo, pero ahora me estoy permitiendo ir más lento, porque la economía me lo permite y porque siento que ya es hora de dar un paso más en mi pintura. Siento que estoy empezando a entender mis fortalezas y, sobre todo, mis debilidades pictóricas.
—En un trabajo tan racional como el tuyo incluyes elementos perturbadores, ya sea la nariz azul, cuya intención me luce obvia, o los cigarrillos encendidos sobre mesas y sofás.
Las narices azules nacen nace de la idea de construir un personaje que represente a los marginados. Durante mi estadía en Arequipa intentaba meterme en la piel del rechazado. Pintaba con tizas en la vereda del terminal para poder estar mas cerca de los marginados del puente peatonal. Así nace este personaje atormentado. Los cigarros azules sobre los muebles aparecen después como un elemento que precede al desastre. Como la vida misma.
—En un medio como Lima en el que se rechaza el estallido cromático, tu obra es un caso aislado. La interrelación de tus colores funciona bien a pesar de la estridencia de algunos planos…
Hockney se mudó a California y dejó atrás su gris Inglaterra. Arequipa y Andalucía se convirtieron en mi California. No pinto ninguno de los dos lugares, pero tengo fuertes recuerdos de esos intensos contrastes de luz y sombras provocados por el mismo sol de la ciudad. El color en mi pintura es para confundir al espectador e intentar generarle sensaciones disimiles, por un lado puedes notar la soledad, pero simultáneamente este escenario colorido, psicológicamente, genera otro tipo de impacto.
—El mercado es indispensable, pero puede ser un canto de sirenas. Un artista no debería confiarse de él. De lo contrario, viene la reiteración —y el correspondiente deterioro en este ambiente minúsculo— atraído por el éxito en ventas que puedas tener.
Lo que menos quisiera es convertirme en un artista de moda. Lima ya tiene suficientes. Considero que el dinero es importante para poder seguir pintando y ejecutando proyectos grandes como muestras individuales o participar en ferias de arte o Bienales. Intento darle peso a mi obra con mucho trabajo, disciplina y sobre todo con los pies en la tierra. He tenido la suerte de conocer a personas que me han orientado bien. Quiero hacer una carrera seria, luego el tiempo dirá si he logrado la aceptación aspirada. Mientras tanto prefiero mantener una cotización modestamente realista para nuestro mercado, porque no quiero seguir los pasos de esos artistas que caen en la tentación de bajar los precios en el taller y terminan quemándose.