Althaus acomete una relectura crítica y punzante sobre nuestros orígenes contemporáneos como país fracturado. Esa celebrada dramaturgia que la han convertido en una de las más agudas observadoras de nuestras vicisitudes nacionales aquí muestra brillantemente su clarividencia. Desde la grieta histórica narra parte de la ebullición social naciente en la que reflexiona sobre la inutilidad de las artes escénicas, a pesar de su esfuerzo ficcional, para expresar y advertir la implosión perentoria en la que la patria caerá en los años siguientes.
Tatiana Astengo, con una naturalidad en las tablas que está en un estado de gracia tal que agradecemos todos su regreso, hace el insuperable papel de una irracional enamorada y retirada actriz, madre de un hijo en convulsión ideológica. Su presencia escénica fusiona con virtud el eje de la dirección planteada y el elenco, en rotunda coreografía, completa afinadamente un drama irresuelto. El tránsito de finales de los años 70s a inicios de los 80s era el anuncio de un amenazador apocalipsis. Por eso vemos la tensión de una lógica segregadora que aún permanecía y los indicios de una demencial catástrofe en la que nos íbamos a ver envueltos. La familia y las pequeñas comunidades eran signos, en su desgarro e incomprensión, de una rotura mayor del tejido social que iba a causar violencia y congoja. Althaus en eso es espléndida: encuentra algo de poesía en el dolor, le concede a la desdicha un toque sublime.
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A la vez se señala la incompatibilidad del amor. Aunque los sentimientos de afecto quieran colarse en una situación que hierve en contradicciones, ello no es viable. Los personajes aman a quienes no los quieren. Forman una cadena de quimeras que no se corresponden unos a otros. Una suma de contrariedades que sobrepasan la singularidad del afecto y la reducen hasta convertirla en una rémora. El amor ya no es posible ante la inminencia del infierno tan temido. Es una carga a pesar de la honestidad y sensación real con la cual aparece en medio de una oscuridad social que se avecina. Aquí discurre la evocada clave chejoviana de las paradojas sentimentales.
El desencanto de lo no correspondido alcanza niveles trágicos para todos y cada uno lo resuelve según sus anhelos y su nivel de pasión. De alguna forma se han ido trastornando y, con ello, aplastado cualquier intento previo de esperanza. Esa paulatina disolución de las aspiraciones y los deseos termina de aniquilar los restos de fe que en algún breve momento existió tanto para los individuos acongojados como para el Perú.
Escrita y dirigida por Mariana de Althaus
Versión libre de “La Gaviota” de Antón Chéjov
Elenco: Tatiana Astengo, Miguel Dávalos, Leonardo Torres Vilar, Verony Centeno, Carolay Rodríguez y Alaín Salinas.
Lugar: Teatro La Plaza