[CRÍTICA] Espacios escritos

Por: Cristina Dreifuss | En la encrucijada entre demoler casonas y preservar identidad, el ICPNA en Miraflores emerge como un desafiante diálogo entre historia y modernidad.
ICPNA en Miraflores.

El progreso, aparentemente tan positivo, históricamente ha sido acompañado por acciones muy nocivas.

En nombre del progreso se dividió el claustro del Convento de San Francisco para proyectar una de las avenidas más congestionadas del centro de la capital.

Era necesario, dirán algunos. De otro modo ¿cómo circularía el tráfico?

Es una observación válida, pero estoy segura de que pudo haberse optado por alguna otra propuesta. Tal vez hubiera sido más costosa o compleja, pero es posible que el valor añadido a la cultura, la conservación del patrimonio y, sobre todo, la consolidación de nuestra esquiva identidad hubiera valido la pena.

No tenemos que ir muy lejos para encontrar ejemplos de progreso, en los que la memoria arquitectónica no sólo fue respetada, sino además incorporada a las ampliaciones.

El local del ICPNA en Miraflores es un ejemplo de esto. Originalmente ocupaba una casona en la esquina de las avenidas Arequipa y Angamos. Para albergar más salones, salas de exposición y de conferencias se construyó un edificio de 12 pisos detrás. La casa original se sigue utilizando como oficinas administrativas.

El proyecto sí se tomó el trabajo de conservar y de integrar la casona original a la nueva estructura. Nos demuestra que el progreso no está reñido con la conservación de nuestra memoria.

Un par de ejemplos adicionales: el Centro Cultural Ccori Wasi y la Alianza Francesa. En ambos casos tenemos la recuperación e incorporación de una casona a una intervención más contemporánea que cubre las necesidades de otro momento de la historia.

Es posible combinar pasado con progreso, memoria con modernidad.

Resulta por eso incomprensible que una institución educativa decida demoler casonas para ampliar sus locales.

Puede que sea cierto que es más barato ocupar terrenos vacíos que integrar estructuras viejas y con limitaciones de ocupación. Pero tal vez ese sea uno de los principales problemas de nuestra ciudad. Que pensamos en corto plazo y en los beneficios económicos. Y en el proceso olvidamos los tan necesarios beneficios culturales, patrimoniales y afectivos.