Consagración y ¿borrado justo o injusto?: sobre la encuesta de los poemarios peruanos más influyentes de El Dominical

por gruiz

Por los 73 años del suplemento cultural El Dominical del diario El Comercio, se realizaron tres encuestas literarias en estos últimos meses: en novela, cuento y poesía, respectivamente. Como era de esperarse, los resultados no dejan contenta a la platea. Por ejemplo, la primera encuesta, la de novela, es un claro ejemplo de cómo no deben hacerse las cosas, con un resultado que era más un llamado a la mofa que a la discusión propiamente dicha; queda pues el misterio sin resolver sobre el último lugar que ocupó la obra maestra La fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa. Cuando se creía que no habría más encuestas literarias por el aniversario del suplemento cultural, llegó la de cuento, que resultó coherente con lo que se esperaba más allá de algunos reparos en las posiciones fuera de los diez primeros lugares (su gran virtud: en cada década hay títulos para destacar y releer). Y este domingo 30/7, salió la encuesta de poesía.

De las tres encuestas, la de poesía es la más importante y la razón es una sola: nuestra tradición poética es una genuina potencia mundial. Si viéramos la poesía como al fútbol, seríamos incluso más que Brasil. No solo tenemos grandes nombres, sino también grandes libros de poesía. La calidad es nuestra coraza. El prestigio de la tradición literaria peruana descansa en su poesía, no en su narrativa. Narrador puede ser cualquiera, pero poeta, Poeta peruano, es otra cosa: un rótulo que llevará a quien se haga llamar tal por los senderos de la plenitud o la desesperación, generando, entre varias muestras de atención, una solapada levantada de ceja en el extranjero culto al escuchar de casualidad que en el recital de turno leerá un poeta peruano.

Por lo dicho, todo poeta nacido en Perú tiene el derecho a reclamar, en algún momento de su trayectoria, su cuota de reconocimiento. Además, si hablamos del contexto actual, el poeta peruano tiene una ventaja sobre el narrador peruano, un hecho que lo justifica ante los lectores y que lo salva de las burlas de las redes: sus libros no acabarán rematados en Crisol.

Se entiende, entonces, la atención que suscita toda clase de evaluación que se haga de la poesía peruana. A estas alturas del partido, la polémica que se genere, no debería sorprender, pero igual sorprende: desde las encuestas de Hueso Húmero a esta de El Dominical, siempre tendremos quejas, llantos y lamentos, del mismo modo tranquilidad, agradecimiento y plenitud cuando vemos que el poeta/poemario que nos salvó la vida —otro punto a favor: la poesía peruana sí te puede salvar la vida— tiene el lugar que merece.

También se entiende que una encuesta es como una antología. Se dice que no hay antología perfecta, pero sí se puede llegar a conformar listas blindadas, siguiendo este criterio, sencillo pero eficaz: en la lista final no debe sobrar nadie. No olvidemos lo que se indicó en el libro de Wolfgang Luchting Escritores peruanos, qué piensan, qué dicen de 1977: una gran verdad con ecos en la actualidad: “Cuando un escritor/crítico vota por un libro, vota contra otro libro”.

Carmen Ollé. Fuente: Casa de la Literatura Peruana.

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La encuesta del libro de poesía más influyente de los últimos 70 años, arrojó un desenlace que bien vale la pena desmenuzar.

Si bien Noches de adrenalina (1981) de Carmen Ollé debía estar en la lista final de los poemarios elegidos por los poetas y críticos convocados, no pocos lectores se preguntan si este estupendo poemario merecía ser el más votado, es decir, el más influyente de las siete últimas décadas. Las apuestas corrían a favor de Habitación en Roma (1976)/Noche oscura del cuerpo (1955) de Jorge Eduardo Eielson y El libro de barro (1993)/Concierto Animal (1999)/Ese puerto existe (1959) de Blanca Varela. Conozco a Carmen Ollé en la experiencia que importa: la lectura. No la conozco personalmente, pero me la imagino en modo Lionel Messi en la premiación del Mundial de Brasil 2014: el astro argentino acepta, y le cuesta creerlo, el Balón de Oro del Mundial. Como fuere, bienvenida la discusión sobre la vigencia e influencia de Noches de adrenalina. Libro que no se discute, muere.

Más de uno ha advertido la ausencia de un poeta insustituible, ícono generacional e indiscutida leyenda literaria: César Calvo. Nos hubiera gustado ver en la nómina general a Poemas bajo tierra de 1960, en donde leemos el maravilloso poema “Aquel bello pariente de los pájaros”; o Pedestal para nadie de 1970. Muy gruesa esta ausencia. ¿Qué pasó? En lugar de criticar a los convocados (es evidente que varios aceptan participar, sin tener conocimiento de nuestra tradición poética, por el solo hecho de ver su nombre impreso, lo cual no está mal, pero ahí están los olvidos que duelen), ojalá se llegue a conocer los nombres de quienes sí votaron por Calvo. A ningún lector de poesía peruana que se respete, Calvo se le puede pasar por la huacha.

Por lo dicho hasta aquí, se podría creer que esta encuesta no tiene solidez. No es así. Aparte de este par de señalamientos y otros, digamos, menores, la encuesta del poemario más influyente muestra una virtud como selección: si dejamos de lado el orden jerárquico, estamos ante poemarios dignos de la tradición a la que pertenecen, de autores medulares e influyentes en los jóvenes y no tan jóvenes poetas peruanos, como José Watanabe, C. Ollé, Enrique Verástegui, Juan Ramírez Ruiz, J. E. Eielson, Rodolfo Hinostroza, B. Varela, Antonio Cisneros, María Emilia Cornejo, Luis Hernández, Javier Heraud y Martín Adán. Por donde lo mires, puro nombre estelar. Pero hay más voces importantes: Juan Ojeda, Alejandro Romualdo, Juan Gonzalo Rose, Carlos Germán Belli, Arturo Corcuera, Francisco Bendezú (si Ñahuin (1953) de Eleodoro Vargas Vicuña fue el tapadito en la encuesta de cuentarios, en poesía lo es Cantos (1971) de Bendezú), Roger Santiváñez, Julia Ferrer (la otra voz tapadita con Imágenes por que sí de 1958; seguramente su inclusión viene generando discusión; además, más de un creyó que estarían El mundo en una gota de rocío (2000) de Abelardo Sánchez León, Jaikus escritos en un amanecer de otoño (1986) de Javier Sologuren e Idiota del Apocalipsis (1967) de Guillermo Chirinos Cúneo, este último seguramente aparecerá en futuras encuestas del mismo corte que hoy nos ocupa), Rosella Di Paolo y Montserrat Álvarez.

Imagino a más de un poeta de trayectoria, varios con una opinión muy elevada de sí mismos, consternado por los resultados y el café frío: ¿de qué valieron mis premios?, ¿acaso no era un poeta influyente?, ¿sabrán de mi poesía publicada fuera de Perú?, ¿qué pasó con mi poesía, acaso no es paja?, ¿no sirvió el discurso feminista en mi poesía? Este es pues otro escenario que pinta la encuesta: que solo un poemario de los 90 (Zona Dark (1991) de M. Álvarez) y otro de inicios de siglo (Tablillas de San Lázaro (2001) de R. Di Paolo) estén entre lo que podríamos llamar lo más logrado de la poesía peruana última, podría ser leído como el borrado de una mentira discursiva que elevaba voces —sin duda con méritos poéticos— que iban al compás de extraños intereses (todo sea por el posicionamiento y por lo que me toca) puestos al descubierto por esta encuesta: son poemarios pajas, pero no tan pajas como se creía. De alguna manera, esta encuesta hizo —no se puede desafiar al sentido común— lo que críticos y especialistas sobre poesía peruana última no estaban haciendo: filtrar para dar paso a la calidad.

Ya es lugar común, pero no importa: toda encuesta/antología ambiciosa sobre poesía peruana suscita furor y opiniones cruzadas. La última gran polémica poética que tuvimos —en aquellos tiempos libres del virus de lo políticamente correcto—, fue en el año 2011 a razón de Espléndida iracundia. Antología consultada de la poesía peruana 1968 – 2008, publicada por la Universidad de Lima y preparada por Carlos López Degregori, José Guich, Luis Fernando Chueca y Alejandro Susti. En aquella ocasión, los poetas de Hora Zero fueron a la yugular e intentaron destruir la antología por considerarla “obscena”. CARETAS recogió los puntos de vista tanto de los poetas de Hora Zero y de los académicos de la antología consultada (enviaron un comunicado).

César Calvo, una de las voces mayores de la Generación del 60. Fuente: Fundación César Lévano.

En ese fuego cruzado, una entrevista histórica de Juan Carlos Méndez en CARETAS 2159 a Jorge Pimentel y Tulio Mora. Como era de esperarse, se dijeron cosas muy fuertes sobre trayectorias, posicionamientos y encuestas (referida a una de Hueso Húmero). Esa entrevista, titulada Hora de Lucha, es una radiografía de los ánimos del poeta peruano descontento, quizá con razón o no, pero es una muestra de indignación cuando se está bajo el amparo de la tradición de la poesía peruana. Es una entrevista que muchos tratan de evitar, no la quieren recordar, pero si se pretende tener una idea más fundada de por qué las encuestas poéticas en Perú son como son, esta entrevista es un documento valioso. Obviarla del debate (ya sea sobre Hora Zero y otros aspectos), es contar la historia a medias, es mentir. Cuando este debate pasó a las redes y los blogs, Hora Zero perdió la lucha, seguramente teniendo la razón en sus reclamos, por falta de un discurso articulado sobre su propuesta. Hora Zero dejó ese debate muy magullado y en silencio. Decir que fue culpa de Tulio Mora no es del todo justo, porque lo que Mora hizo, en especial, fue defender la agenda de Hora Zero, no la suya, como algunos señalan gratuitamente.

La presente mención a Hora Zero no es antojadiza. Está relacionada con los resultados de la encuesta. Para algunos es un escándalo, para otros un hecho de justicia poética. Lo cierto es que Hora Zero ganó por goleada: con Enrique Verástegui (no seamos abusivos y tramposos con la insularidad, En los extramuros del mundo salió bajo el cobijo de Hora Zero en 1971), Jorge Pimentel, Juan Ramírez Ruiz y Tulio Mora.

Hora Zero ha resistido con dignidad sucesivas campañas de silenciamiento por parte de la academia y el oficialismo literario, a razón de sus manifiestos de los 70 que muchos literatos de la época no perdonaron y quienes, de yapa, se encargaron de transmitir la respectiva cólera a sus alumnos. Además, para asegurar la empresa, borraban sus poemarios de las listas de lecturas (quien escribe participó en una charla sobre poesía peruana en San Marcos, en ¿2014?, y al acabar la misma, muchos alumnos manifestaron que los poemarios de los horazerianos no figuraban como lecturas de clase. “Sanmarquino que quería leer a Hora Zero, lo hacía por su propia cuenta”, dijo aquella vez un joven poeta de la organización). Se colige que el espacio de las antologías y encuestas no era idóneo para Hora Zero, tenía las de perder y por eso algunos de sus miembros pedían no ser considerados en ellas o simplemente no les importaba.

Con sus aciertos y defectos, esta encuesta de El Dominical le hace justicia a la poesía de Hora Zero, que está a disposición de los lectores para ser evaluada, pero habría que subrayar, aparte del legado poético del movimiento, la coherencia de vida de Jorge Pimentel y que mucho ayudaría a los poetas peruanos confundidos con el posicionamiento: su maravilloso desprecio por el reconocimiento. Pimentel ha rechazado lo que muchos autores peruanos anhelan, a saber, Honoris Causa de no pocas universidades.

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La encuesta sobre el poemario más influyente de los últimos 70 años (ese es el criterio por el aniversario del suplemento), se explica sin drama: en adelante una Unidad de Investigación debe encargarse de ordenar los resultados finales. Más allá de ello, no queda otra que celebrar, y por partida doble porque este resultado tiene todos los elementos de ese estado existencial que nos salva hasta en tiempos de crisis y visiones grises: lo chiripa.

Pudo ser otra cosa y felizmente no lo fue.

(Gabriel Ruiz Ortega).

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