Son 17 cuadras que parten el damero de Pizarro en dos y desnudan, en esa trayectoria, verdaderas joyas de la arquitectura sentimental: las casas de Dibós y García Lastres; los edificios Alzamora Valdez, Giacoletti, Popular y Porvenir. Y, para coronar, el Gran Hotel Bolívar. Allí también está la Universidad Federico Villarreal, ocupando el otrora Colegio de la Inmaculada. Será en esa vieja casona de abolengo francés donde una talentosa hornada de artistas —provenientes del pincel, del teatro, la literatura y la arquitectura— ha colgado sus cuadros para una variopinta exhibición cuyo leit motiv será esa mismísima ancha vía.
En efecto, el colectivo DNS (Dibujos No Seleccionados) escoge para su cuarta exposición este marco monumental. “Además de los pintores de siempre, tenemos un invitado muy especial”, dice Alejandro Alcázar, hombre orquesta de Colmena 412. Y deja ver dos pinturas art-brut de Rafo León, el escritor que puso en circulación a Caín y Abel, Pepe del Salto y a la China Tudela, tanto como al inédito personaje que no pinta en sus ratos libres: siempre fue artista plástico.
“Desde que tengo memoria estoy fascinado por la pintura. En el paisaje mi pasto era esmeralda, la casita roja bandera, el lago verde perico y el cielo amarillo Caterpillar. Soy daltónico extremo. El impulso pictórico parece haber estado siempre allí, pero reprimido por el daltonismo, el trabajo, las excusas. Hoy por fin no hago otra cosa que pintar”, dice. Tampoco hace otra cosa Vanessa Vejarano, diseñadora, serigrafista, ceramista y escultora en alambre que presenta “Pole Dance”, patchwork de purpurina, pan de bronce y aluminio. La multidisplinar Verónica Penagos homenajea a “Les señorites” (de Avignon) en clave propia, mientras Camila Figallo presenta “Cruzadas”, óleo liberador de sus pulsiones primarias. Para que la actriz Kareen Spano se atreva con “Manto y acaso” donde destapa a una tapada limeña.
La escudería masculina encuentra en Nano Cárdenas a un minucioso dibujante erótico, casi puntillista en tinta sobre cartulina. Pancho Guerra García preferirá el homenaje directo y en acrílico al icónico Javier Temple (“Diva”), Harold Wilson adherirá a la divinidad sobre los placeres mundanos en “Salvation”. Más terrenal, Martin Olavegoya borda y pinta al “Cine teatro Le París”, venerable antro tres equis de la zona. En seguida, René Quispe edifica la insólita escultura en cartón corrugado “Warmi-qhari puñuy”, mientras Paco Vílchez se hace presente con uno de sus tradicionales demonios homoeróticos.
Y si la niebla de la Plaza San Martin se difumina en el acrílico “Luna” de Percy Lenin García, Iván Moratillo hace honor al cronista urbano que habita en su pincel dibujando un distópico “Mercado limeño”. Bajo la apariencia de una inocente playa de estacionamiento, la acuarela “Cerros de Lima, mis cerros (pero mis cerros no son tus cerros”) de Julio Garay esconde una devastadora crítica social y Bruno Cafferata emplea acrílico y carboncillo sobre triplay para sus “Perras de Colmena”. Y cerrando, Alejandro Alcázar lanza gruesos brochazos luminosos a su “Casona Lastres”.
Disruptiva, multiforme. Equilibrando entre la más refinada estética y vía directa para el alivio de concupiscencias al paso, “Colmena 412” retrata la alternancia vital de una avenida que, así, no hace otra cosa que afirmar su leyenda.
(Czar Gutiérrez).