En medio de protestas y críticas a su gobierno, la presidenta Dina Boluarte ofreció su mensaje a la nación en el Congreso de la República el pasado 28 de julio. Aquel día, Boluarte señaló que durante su gestión presidencial se conmemorarán los 200 años de la Batalla de Ayacucho, en diciembre de 2024. De paso, Boluarte criticó la “miopía” del gobierno anterior, es decir, el de Pedro Castillo, por no haber estado a la altura del Bicentenario peruano.
En este aspecto, Boluarte tenía razón: una conmemoración central para la historia peruana había pasado sin pena ni gloria, como si la ignorancia y la falta de sentido común hubieran conspirado con el fin, lo que finalmente sucedió, de borrar o menoscabar el Bicentenario de la agenda pese a esfuerzos privados por destacarlo.
Bajo estas coordenadas, la celebración de los 200 años de la Batalla de Ayacucho se yergue como el acontecimiento más importante si nos referimos a la independencia peruana bajo la mirada del tiempo real. La reflexión, la discusión y la crítica que despierte esta batalla, deben ser transmitidas a la población por todos los medios a disposición, porque no solo nos referimos a una gesta ligada a la fisonomía ontológica del país (legitimó su independencia de la corona española) y América del Sur, sino que a la fecha es una de las grandes batallas en la historia de la Humanidad.
“Habría que preguntarnos cuántas batallas ha habido en el mundo a cuatro mil metros de altura, en los Andes. Son ejércitos que llevaban casi dos años, buscándose, y luego todos son conscientes de que esto es el final, pero el final definitivo, el final de los finales, y curiosamente es una batalla que dura algo menos de tres horas. Tiene mucha épica pero no fue una batalla excesivamente cruenta. Quienes ganaron tuvieron una generosidad, fuera de lo común, con quienes perdieron la batalla”, dice el escritor, politólogo y periodista español Fermín Goñi, quien en 2021 publicó la novela histórica Un día de guerra en Ayacucho.
“El planteamiento miliar de Sucre fue infinitamente superior al del ejército realista. Tengamos en cuenta que Sucre no tuvo formación militar, sino que esta proviene de la cantidad de luchas en las que intervino antes del año 1824 frente a personas con academia militar. Ambos bandos sabían en qué terreno se estaban enfrentando. Por parte de los ejércitos realista y patriota, el 99,9 por ciento eran americanos. Todavía no estaban formados los países, pero había gente de todas las zonas. Por ejemplo, muchos vieron por primera vez la nieve porque les tocó recorrer la cordillera. Muchas personas murieron al margen de las batallas”, indica Goñi. Además, para entender la Batalla de Ayacucho, “hay que ponerse en el año 1824, no mirarlo con los ojos del siglo XXI. No todos usaban uniforme porque no había dinero para los uniformes. El propio Bolívar no estuvo en Ayacucho, pero dejó las instrucciones por escrito, algunas se cumplieron, otras no. En las batallas hay elementos que no se pueden planificar. Bolívar no estuvo porque el Congreso de Colombia le impedía guerrear en un país ajeno siendo él presidente de Colombia. Él tuvo que ir a Lima para esperar los resultados de la batalla. Bolívar era un adelantado en algunas cosas, a mi juicio es el primer protector del medioambiente, porque desde Lima dictó un decreto en virtud del cual se prohibía la caza de las llamas porque estaban en peligro de extinción y lo hizo en el año 1824. Hay que ser una persona adelantada para que aparte de la ocupaciones militares, también se preocupe por animales que se están extinguiendo”.
La conmemoración de esta batalla bien puede servir para poner en valor aspectos aún no del todo oficiales, como el verdadero rol de José Antonio José de Sucre y el de las personas que participaron en los bandos en pugna. “Los documentos son claros en cuanto al papel de Sucre. Organizó el planteamiento de la batalla y tuvo la sangre fría para esperar que el enemigo, disculpen la expresión vulgar, se ahorcara con su propia cuerda. Hay que dejar claro que no hay más soldados por parte del ejército realista que en las tropas de Sucre. Cuando se cuenta cuántos soldados estuvieron, la diferencia es mínima, casi de 100. 6500 personas por bando. El ejército realista estaba harto, ya no quería saber más. Para ese tiempo, España era una calamidad, tenía como rey a Fernando VII, que era la representación de esa calamidad. Los altos mandos militares sabían que esa guerra no la podían ganar jamás, porque donde tenían tropas era una esquina del sur del continente. Incluso en el caso de ganar la batalla, seguirían en una esquina”.
Para Goñi, las grandes olvidadas de la batalla son las mujeres, en especial las rabonas. “Estaban las madres, esposas, novias y hermanas, muchas de ellas incluso sabían reparar armas, eran también destacadas tiradoras. Hay que rescatar a los personajes de esa batalla, la historia universal reconoce solamente a Bolívar, y ya sabemos que la historia es muy selectiva”.
La Batalla de Ayacucho genera opiniones encontradas. “En España hay historiadores que dicen que no hubo batalla porque en la cúpula militar de ambos mandos dominaba la masonería. Es cierto que hubo masones, pero afirmar que los realistas se rindieron sin más, cuando hubo más de 1800 muertos, es una tesis que no se sostiene. Sucre demostró ser el estratega perfecto y Bolívar se lo reconoce nombrándolo Gran Mariscal de Ayacucho, para mala suerte suya, porque los mandos que estuvieron en la batalla murieron en el lapso de seis años”.
El autor español enfatiza lo siguiente: “Tras esa batalla, América del Sur empieza a tener grandes problemas hasta el día de hoy. América del Sur sigue tratando de encontrar su sitio en el mundo y Perú es un caso paradigmático. El país no logra tener un gobierno estable, pero más que un gobierno, no tiene una clase política que esté a la altura las circunstancias que le ha tocado vivir, sobre todo en estos últimos años”.
(Gabriel Ruiz Ortega).