Conocí a Roberto Huarcaya junto a esa generación que integraba Secuencia, donde Mariella Agois reinaba como un imán alrededor de todos los demás. Paulatinamente fue destacando en solitario con preocupaciones muy personales. Particularmente recuerdo sus series sobre ancianos, orates y restos de nuestra humanidad.
Organicé tres individuales de él en las cuales ya se avizoraba su preocupación espacial en instalaciones que encerraban nuestros cuerpos, círculos a los cuales ingresar y confrontarse con la imagen en su interior. Estas experiencias las llevó a niveles más radicales en su participación en la Bienal de Lima y, en la última década he visto, en el Matadero de Madrid y en reproducciones de exposiciones internacionales, cómo abandonaba el formato convencional para orientarse a grandes instalaciones en las cuales el inicio y el final eran dejados a la imaginación del espectador.
A lo largo de su trayectoria Huarcaya ha incursionado en diversas experiencias que recorren la historia de la fotografía, desde el siglo pasado hasta las practicas digitales, con una sorprendente maestría. Sin embargo, en estos diez años se ha remontado a los orígenes para prescindir de la cámara y tomar contacto entre el papel y los cuerpos en un proceso que artistas como Chuck Close -superlativo fotógrafo y pintor- denominan retrovanguardia.
Pero a diferencia de esas experiencias internacionales, lo que hace tan personal a esta obra es su monumentalidad, esa infinitud que permite a la imaginación prolongarse más allá de esas abstracciones envolventes que lucen interminables ante nuestra percepción.
El registro del paisaje y de los cuerpos tiene mucho de mortuorio. Esas plantas y sus hojas -al igual que los cuerpos- envejecerán, se marchitarán y morirán y sólo quedará su aura sobre el papel. Una luz de lo que ya hemos sido. Yo, que también he sido captado sobre el papel así lo he percibido. Por eso no puedo evitar conmoverme ante el díptico “Frances/Fernando” (La Rosa), nuestro gran fotógrafo registrado junto a su esposa una semana antes de morir en su casa en México.
Esa oscilación entre pasado y presente se debe en primer lugar a que Huarcaya manifiesta una mayor preocupación por el tiempo que por la definición de la imagen, con resultados que suelen ser fantasmagóricos y que en muchos casos lo aproximan a la pintura, particularmente cuando recurre al cianotipo y el marrón de Van Dyke.
De otro lado, la mortecina iluminación de las salas nos condiciona desde los inicios y va creando un estado de ánimo que se mantiene en todo el desplazamiento donde, más que ver, experimentamos sensaciones en torno a la obra de arte y el espacio. Estos impresos aparentan interminables y se desplazan por la sala junto a nosotros – o viceversa- y son indesligables a nuestra percepción. Todo coadyuva a que esta integración de elementos físicos y sensoriales proporcionen al visitante una inmersiva experiencia inédita.
Roberto Huarcaya es uno de nuestros más sobresalientes artistas internacionales.
Canto Abierto: Eielson cumple 100 años
El CCPUC tiene la mejor muestra que haya visto en torno a la obra de Jorge Eduardo Eielson. El mérito recae en Mariana Rodríguez Barreno y Carlos Castro Sajami. Si analizamos el currículo de ambos podremos comprender por qué han hecho un trabajo que se aparte radicalmente de los gustos de nuestros curadores de moda. Ellos, en lugar de proceder a elegir a los artistas en boga para que hagan una obra en torno a un tema, han invertido el proceso y se han dedicado a buscar las obras que más se ajustan a su propuesta para invitar luego a sus creadores. Esto ha dado como resultado una actividad armónica entre homenajeado e invitados, todos artistas indispensables, muchos dejados de lado por esos que se quieren hípsters, se creen curadores y que están cegados por la erótica de lo nuevo.
Mariana Rodríguez (Lima, 1990) estudió Literatura e Historia del Arte y curaduría en la Universidad Católica. En los últimos años se ha especializado en archivos, especialmente el de Eielson, lo que explica su conocimiento del autor. Estudia doctorado en Oxford. Por su parte Carlos Castro Sajami (Lima, 1983) estudió Lingüística y Literatura. Es magister en Historia del Arte y curaduría. Estudia doctorado en Cambridge. Su más reciente publicación es “Un peruano que ve al mundo con ojos europeos: la infinita costa de Jorge Eielson” junto a Luis Rebaza y Mariana Rodríguez.
Me detengo en los dos responsables de la muestra -junto a Ana Osorio, pintora y directora de la galería del CCPUC- porque han hecho algo precisamente lejano a lo que se enseña en el debatible posgrado católico. Ellos han partido de la literatura y del arte para hace una brillante propuesta, imposible realizar si aplicaban el trillado discurso curatorial.
Rafael Hastings, Esther Vanstein, Carlos Runcie Tanaka, Silvia Westphalen, Ricardo Wiesse, Luz María Bedoya, Billy Hare, María José Guerrero, Nereida Apaza, Paola Torres Núñez del Prado y Alejandra Ortiz de Zevallos son los artistas participantes que de acuerdo a los encargados “componen una comunidad abierta, heterogénea en su uso de medios, técnicas y materiales, que dialoga con la propuesta artística de Eielson a partir de cuatro paradigmas presentes en su obra: la apropiación del arte del antiguo Perú, el paisaje desértico de la costa peruana, el anudamiento como gesto y la proyección hacia el espacio estelar”. Es un grupo perfectamente equilibrado que se une a un gran número de obras de Eielson para constituir un acertado ejemplo para todos aquellos que quieran conocer más del homenajeado y, también, aprender de curaduría y montaje.
Pudiera reprocharse la ausencia de Juan Pacheco -un destacado escultor con nudos y tejidos- o de Eduardo Tokeshi cuya etapa con derivaciones de Eielson es memorable, pero no creo que se hubiera podido abracar más. Lo que sí cabe lamentar es la ausencia del video “EIELSON DES-NUDO” que contiene una larga entrevista del 2005 hecha por Patricia Pereyra al poeta en Cerdeña, a menos de un año antes de morir. https://www.facebook.com/watch/?v=2557480241168776
La muestra permanece sólo hasta este domingo 12. Queda un valioso texto que considero de indispensable publicación.