Stutz: terapia para todos

por Manuel Erausquin

En ese tipo de batalla, el actor tuvo la fortuna de conocer a Phil Stutz: un psiquiatra que había desarrollado una serie de técnicas terapéuticas para ayudar a sus pacientes para que experimenten sensaciones de bienestar de una forma más rápida en su proceso de sanación. Hill ha manifestado en el documental que dirige lo mucho que ha podido mejorar en su vida gracias a la terapia con su psiquiatra. Eso lo estimuló a proponer este proyecto fílmico y que otras personas conozcan cómo Stutz enfoca sus métodos de tratamiento. Una mirada que podría ser de ayuda.

Durante este documental, Phil Stutz que es coautor del libro Tools El método (Debolsillo/Clave, 2013) junto a Barry Michels, se refiere a una serie de consideraciones conceptuales que se traducen en pasos que los pacientes deben seguir. Es decir, la gente debe tomar en cuenta que trabajar la fuerza vital es esencial. Ese camino posee tres ámbitos: el cuerpo, donde el sujeto se preocupa por mantenerse físicamente bien para tener energía; la gente, donde el objetivo pasa por establecer relaciones sociales sanas y lo último es la conexión con uno mismo. Suena bien, pero fácil no es. No hay nada inmediato: no nos engañemos. Siempre hay un proceso.

Pero en el universo de herramientas que dispone Stutz para ayudar a sus pacientes a afrontar sus desafíos cotidianos y a alcanzar un mayor equilibro psíquico, existen tres aspectos que deben asumirse por su carácter de inevitabilidad en nuestras vidas: el dolor, la incertidumbre y el trabajo constante sobre nuestros problemas. Aceptarlo será un acto de madurez.

Así, de esta manera, hay otras herramientas que se conectan para el trabajo de reorientación emocional de cada paciente. Y, claro, hay obstáculos. Stutz habla de la parte X: una fuerza invisible que busca evitar que la persona supere la adversidad y crezca. En otras palabras, son todos aquellos miedos y traumas que nos bloquean. Muchos avanzan y otros se quedan varados en sus propios laberintos mentales.

Un enfoque que también vale para analizar a los colectivos, a los países. Ejemplo, el Perú. Nuestra tierra arde y no hay señales de encauzar nuestro destino inmediato hacia corrientes controladas. Nada de eso: solo hay caos. Al parecer la denominada parte X de nuestra sociedad nos paraliza: impide que haya respuestas rápidas y oportunas que propicien un escenario de diálogo para conseguir un consenso en temas centrales para una sana convivencia entre peruanos. Claramente, eso no existe. Solo la evasión.  

El poder intercambiar opiniones y llegar a acuerdos se ha vuelto una imposibilidad en estos tiempos de agitaciones y posturas polarizadas. Pensar, y luego intentar debatir en las esferas políticas con cierta sensatez se puede diagnosticar de utópico. En el Congreso se vocifera y los parlamentarios juegan a favor de sus menudas agendas. El Ejecutivo, por su parte, no presiona más al Legislativo para el adelanto de elecciones. El bien común no es un concepto que hayan interiorizado. Lo demuestran todos los días.

Quizás el autosabotaje es aquella marca de nuestro inconsciente colectivo que nos condena históricamente. Desde que nos convertimos en términos formales en república; consolidarnos como nación ha sido un bien esquivo. Es como si nos diera miedo crecer, dar el salto necesario y ser una tierra civilizada y próspera. Al parecer, somos una sociedad de infantes llena de temores y mediocridad que no se atreve a mirarse para comenzar a resolverse. Abundan los bramidos y los berreos: escuchar y dialogar son costumbres que se han extraviado en el desconcierto.

El problema es que no tenemos una figura de representación adulta que sea la voz de la razonabilidad y convoque a la moderación o templanza.  La institucionalidad política es la llamada a desempeñar ese rol teóricamente, pero la realidad nos demuestra que no tiene la madurez para ello. Por eso mismo, nos quedamos atrapados en el improductivo laberinto de nuestros problemas irresueltos. Y así, aunque pasen los años. Ese es el drama.

Sería oportuno preguntarle a Phil Stutz cómo interpretar a aquellas mentes desprovistas de conciencia, esas que solo se movilizan hacia sus intereses personales o de grupo sin importarles que el presente y el futuro de un país se despedaza frente a sus ojos. Qué conjunto de patologías se interconectan para ser tan miserables. El tema es inquietante y actual. Eso no se puede negar.

Por lo pronto, Jonah Hill ha podido equilibrar sus complejos de adolescente: ya no huye del gordito que fue. No siente vergüenza: ahora lo reconoce y lo abraza. Sabe que su plenitud está más allá de los clichés de Hollywood. También ha podido aceptar todo el impacto que sufrió por la muerte de su hermano: un evento abrumador para cualquiera. Las tragedias son así.

Pero el objetivo, como expresa Phil Stutz, es seguir avanzando: se aceptan las vulnerabilidades y las zonas oscuras que se tienen y se busca trabajarlas. Luego, toca seguir adelante, toca seguir viviendo. Vivir es la motivación.

Eso sería interesante que ocurriera a nivel colectivo en nuestro país: aceptar lo que somos con nuestras debilidades y miserias. Y ver la forma de resolverlas. O al menos pensar que deberíamos transitar como sociedad por una indagación de este tipo: profunda y sin anestesia. Por el momento, nos queda Stutz y sus técnicas terapéuticas para afrontar nuestras propias complejidades. Hay documental, hay libro. Que cada uno elija. El asunto es avanzar.

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