MIENTRAS en Chile el ascenso de José Antonio Kast parece confirmar que la región entra en una cuarta ola de derechas, el Perú sigue ofreciendo un espejo quebrado: elecciones altamente emocionales, liderazgos fragmentados y un voto ideológico que –a pesar de lo que se suele afirmar– sí existe, pero opera bajo lógicas distintas a las del resto de Sudamérica. A nivel global, la discusión académica coincide en que la derecha vive un momento de reorganización profunda. El politólogo argentino Ariel Goldstein resume esta trayectoria en cuatro oleadas: la primera, con influencias fascistas en los años 30 y 40; la segunda, la del macartismo y las dictaduras del Cono Sur; la tercera, la neoliberal, que encarnaron Collor de Mello, Menem, Fujimori o Uribe; y la cuarta, la actual, caracterizada por un anticomunismo 2.0, articulado en redes, con conexiones internacionales explícitas y la capacidad de reivindicarse públicamente (Milei, Vox, Meloni, Trump). “La internacional reaccionaria opera hoy a cara descubierta”, dice Goldstein. Cuatro rostros de un tablero fragmentado: López Aliaga busca consolidar la derecha dura; Álvarez disputa el mismo espacio con tono disruptivo; Atencio reordena a la izquierda radical; y Belaúnde intenta crecer desde el centro liberal. El contraste peruano es inevitable. Aquí se repite que la ideología ya no sirve, que el voto es volátil, que lo emocional lo domina todo. Sin embargo, los datos muestran otra COSA.
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