Mañana jueves, frente a las costas venezolanas, se espera la llegada de tres destructores estadounidenses de la clase Aegis —el USS Gravely, el USS Jason Dunham y el USS Sampson— enviados por Washington en el marco de sus operaciones antinarcóticos en el Caribe. El despliegue incluye apoyo aéreo con aviones P-8, submarinos y un contingente estimado de 4.000 marines, que permanecerán en la zona por varios meses. La administración Trump enmarca esta acción en su estrategia de combatir a los cárteles de la droga vinculados a Venezuela, declarados como organizaciones terroristas.
La maniobra naval tiene un alto contenido político y militar. Washington busca no solo reforzar su capacidad operativa en el Caribe, sino también enviar un mensaje inequívoco a Caracas: la lucha antidrogas se ha convertido en un frente de presión directa contra el régimen de Nicolás Maduro. Se trata, además, de la mayor presencia estadounidense en la región en décadas.
La respuesta de Maduro no se hizo esperar. El mandatario bolivariano ordenó la movilización de entre cuatro y cuatro millones y medio de milicianos de la Milicia Nacional Bolivariana, presentándolos como un escudo frente a la “amenaza imperialista”. Al mismo tiempo, su gobierno ha intensificado las medidas de control interno: patrullajes reforzados, detenciones selectivas, incautaciones y la prohibición del uso de drones, a los que asocia con intentos de atentados en el pasado.
En este nuevo tablero, la tambaleante dictadura venezolana intenta activar el nacionalismo bolivariano como herramienta de cohesión interna, mientras que Estados Unidos consolida la narrativa de que el narcotráfico venezolano es una amenaza internacional equiparable al terrorismo. La colisión de ambas estrategias eleva la tensión regional en vísperas de una jornada que tendrá mañana su primer pulso visual: destructores norteamericanos frente a las costas del Caribe venezolano.