En un rincón de la Feria Internacional del Libro, se desplegó una de las propuestas más íntimas y reveladoras sobre Mario Vargas Llosa: El Método Vargas Llosa. Más que una exposición biográfica o literaria, se trata de una inmersión en la lógica interna del escritor, en sus rituales creativos, en sus manías de archivo, en el meticuloso engranaje que sostiene su obra.
La muestra fue ideada por el historiador Luis Rodríguez Pastor y el curador Pepe Corzo. Ambos lideraron un proceso de selección que implicó no solo el acceso al inmenso archivo de Caretas, sino también la colaboración con la familia Vargas Llosa, especialmente a través de imágenes inéditas proporcionadas por Rosario Muñoz Nájar y Carlos Aguirre.
“Fue deslumbrante”, recuerda Rodríguez Pastor sobre la visita al archivo de Caretas, uno de los momentos clave del proyecto. Allí encontraron no solo las clásicas fotos de portada, sino también los descartes, los negativos, los contactos: imágenes espontáneas, crudas, muchas de ellas desconocidas. Fotografías de un Vargas Llosa joven, recorriendo la Lima de La ciudad y los perros en 1964, o viajando a la selva en los años 70 para documentarse para Pantaleón y las visitadoras.
El archivo, sin embargo, no fue el único universo explorado. El equipo recurrió también a documentos personales, manuscritos conservados en Princeton, y esquemas de novelas nunca antes vistos: fichas, mapas de personajes, agendas llenas de flechas rojas y anotaciones codificadas. “Verlo de verdad, ver su manuscrito, sus cuadernos, sus correcciones… eso te cambia la idea de quién es Vargas Llosa”, comenta Corzo. “Sabíamos que era metódico, pero el nivel de artesanía es otro”, añade Rodríguez Pastor.
Uno de los momentos más impactantes fue el hallazgo de esquemas visuales de Conversación en La Catedral, donde el escritor organiza, paso a paso, los episodios de la novela. También se exhibieron versiones evaluadas por él mismo, con notas finales escritas de puño y letra, como si corrigiera exámenes. Algunos formatos sorprenden, ya que el escritor podía escribir y corregir en agendas, cuadernos escolares, libretas o fichas.
Corzo, a cargo del diseño de la muestra, priorizó la claridad conceptual: no se trataba de contar la vida del autor, sino su proceso creativo. “Era fundamental no ser redundantes. Elegimos casos representativos, momentos clave, materiales que fueran didácticos pero también estimulantes”, explica.
La exposición logra un equilibrio entre lo conocido y lo oculto, entre el Vargas Llosa de los suplementos culturales y el que toma apuntes en un cuaderno escolar. Se percibe un respeto por la figura, sí, pero también una fascinación por la tenacidad del oficio, por la fuerte relación que el autor sostuvo con su trabajo. “Él tiene un matrimonio con la literatura”, dice Rodríguez Pastor, contrastándolo con otros escritores menos disciplinados.
Más allá de los hallazgos, la muestra propone una idea poderosa: que el método de Vargas Llosa no solo sirve para entender su obra, sino también como estímulo para la creatividad en general. “Esa constancia, esa regularidad, esa terquedad por el oficio puede llevar a resultados como los que estamos viendo acá”, concluyen.
Aunque la exposición estará vigente en la FIL hasta este miércoles, sus creadores no descartan que pueda itinerar. El material existe. El interés, también. Y el minucioso método sigue ahí, esperando ser leído entre líneas.