En una escena que parece cuidadosamente coreografiada por el destino, una joven limeña de modales suaves y convicciones fuertes se pregunta, en silencio, qué huella dejaría en el mundo si muriera hoy. Tenía poco más de dieciocho años y un derrame cerebral acababa de interrumpir su vida con una brutalidad inesperada. En Florencia, lejos de casa, se despertó sin cabello, con la visión deshecha y con una madre colapsada al pie de la cama. “¿Qué sentido tendría este desafío si no lo uso para hacer algo más grande?”, se preguntó entonces. Años después, la respuesta se ha convertido en su propósito.
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