Escribe: Luis E. lama
En cada visita ha ganado un sólido prestigio por la calidad de una pintura cuyo refinamiento solo es comparable a la de Tilsa y a la de Bruno Zeppilli, el ilustrado discípulo de la artista. Sin embargo, a diferencia de los referentes mencionados, la pintura de Peschiera no es narrativa, no cuenta una historia y apenas sugiere edificios medievales, cuencos o mantos donde la geometría es apenas un pretexto para crear formas que se disuelven con la pintura.
Sé del largo proceso que ha llevado al artista para hacer esa exposición. Son años de llenar la superficie con infinidad de minúsculas pinceladas, alargadas como las de antaño y puntillistas hoy, utilizando recursos posimpresionistas, para hacer una obra sin tiempo, fuera de todo encasillamiento.
La obra de Peschiera es deslumbrante y a la vez contradictoria. Hay una espiritualidad producto de la luz que proviene de los fondos y a la vez encuentro en ella un erotismo en esa piel tan delicadamente trabajada, hecha de una manera tan meticulosa, con tanta persistencia que solo el deseo de lo absoluto permitiría lograr.
Estos cuadros elaborados con infinita dedicación constituyen un acto de fe en la pintura. Nunca he visto en el Perú a un artista que haya logrado decir tanto con esa austeridad que predomina en la mejor exposición que haya visto en el presente año. El montaje coadyuva a estos propósitos. Las salas negras, las luces puntuales sobre cada cuadro –que aparenta flotar– y todo el sentido del espacio hacen de la visita al ICPNA una experiencia espiritual.
Ricardo Wiesse se encarga de analizarlo mejor cuando sostiene que las inquietudes intelectuales del pintor lo llevaron a “familiarizarse con las letras modernas tanto como con los textos de los Primeros Padres de la Iglesia y a incursionar temporalmente en monasterios cistercienses para vivir en carne propia la austeridad cotidiana de sus ocupantes. Sus temas pictóricos testimonian fidedignamente la misma renuncia radical y la aproximación respetuosa a la regla estricta de estos renunciantes, en las antípodas del hedonismo descabezado que distrae y somete al profano común y corriente”.