En las calles de José Gálvez, se acerca Fernando Luque, actor, dramaturgo y también rockero. Se sienta en una silla de un café popular de la calle. Su figura esbelta, envuelta por una chaqueta de cuero desgastada le da un toque diferencial en medio de la escena. A sus 30 años, Luque es una paradoja andante: un joven viejo, un actor que dirige, un intérprete que compone. Y de hecho es alguien a quien le suceden excentricidades. Prueba de ello es que, como si se tratase de un filme de Wes Anderson, cuando iba a decir algo importante, algún ruido le cortaba la idea. Pasó un camión de carga tocando el claxon, dos autobuses con motores ruidosos y otros vehículos con música a todo dar.
Suscríbase al contenido
Esto es material premium. Suscríbete para leer el artículo completo.