Detrás ruge el lago

La distancia entre las ficciones de la televisión y el teatro en el Perú  es cada vez más grande.

por Patricia Salinas

A diferencia de la televisión nacional, el teatro peruano es cada vez más variado, más arriesgado y, sobre, todo, de una calidad increíble. Es inevitable ver la impecable performance de los actores en una obra como Detrás ruge el lago (actualmente en el Teatro La Plaza), y no pensar que ese gran talento nunca se refleja en las series o telenovelas y que muchas veces es desperdiciado en historias sosas y repetitivas.

Muchos actores y actrices suelen decir que la televisión solo les sirve para hacer caja o para ganar una popularidad que el teatro nos le dará, pero imagino que, aún así, debe ser frustrante desperdiciar sus capacidades en las pobres ficciones de la televisión , de allí que algunos prefieran renunciar del todo a ser parte de ellas y dedicarse a algo, que, sin lugar a dudas, les llena más.

En Detrás ruge el lago, obra con la que La Plaza cierra el 2024, encontramos a una estupenda Tatiana Astengo, quien vuelve a protagonizar una producción teatral después de diez años. La  acompañan Miguel Dávalos, Leonardo Torres Vilar, Verony Centeno, Carolay Rodríguez y Alaín Salinas, cada uno mejor que el otro, demostrando que el nivel de actuación que hay en nuestro país es altísimo y que solo necesitan de un buen guión y una buena dirección.

La obra es una adaptación libre de La Gaviota, de Antone Chéjov. Escrita y dirigida por Mariana de Althaus, sitúa la trama en el Perú de 1977, en una zona rural donde un joven escritor vive alejado de todo en la casa hacienda de su madre, una destacada actriz de Lima que llega de visita acompañada de su pareja, un famoso escritor. Sin embargo, su llegada provoca una serie de hechos que desencadenan una o varias tragedias. Tres años más tarde, todos se reúnen nuevamente en la hacienda, y ese reencuentro cambiará sus vidas para siempre.

Es decir,  lo que escribió un autor ruso en 1896, encaja perfectamente en el Perú de los 70 y aborda diversos conflictos, como el desencuentro familiar de los protagonistas, la sensación de exclusión y la urgente necesidad detransformación.

“Refleja el choque entre el conservadurismo en  y la búsqueda de cambio en el Perú postReforma Agraria. Esta versión libre simboliza la lucha entre dos visiones de mundo: la defensa de un orden tradicional y la urgencia de revisar y cambiar las estructuras sociales ”, asegura Mariana de Althaus.

El solo hecho de fusionar a Chéjov con la realidad peruana, ya la hace una obra especial. No es necesaria una gran escenografía, no son necesarios efectos especiales ni nada parecido. La solvencia del guión y de los actores es suficiente para conmover al público.

Entonces la pregunta se cae por sí sola: ¿por qué en televisión no salimos de las mismas historias de siempre? ¿por qué los productores no son capaces de intentar un cambio, de darle una oportunidad a los televidentes de ver cosas que valgan la pena?

La falacia de “hay que darle a la gente lo que le gusta”, ya no es válida, porque la gente ni siquiera tiene la oportunidad de elegir. Solo podrán hacerlo si apagan la tele y van al teatro. Háganlo, vale la pena.

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