Hoy día, en nuestra América estamos comprobando lo cierto del aserto del gran profesor italiano Norberto Bobbio: uno de los mejores logros de la democracia es que el cambio de gobernante se hace sin derramamiento de sangre.
Como le ha recordado el presidente de Brasil a Nicolás Maduro, cuando se pierde una elección no son baños de sangre los que corresponde esperar en una democracia, sino la transferencia pacífica y ordenada del poder a quien ha sido ungido para que gobierne el país por la mayoría de los votos de la ciudadanía.
Y aun cuando esta última afirmación no sea tan posible en Venezuela, en tanto que se han desplegado cantidad de recursos para evitar que sufraguen los compatriotas de Bolívar, que han salido del país como corolario del estilo de gobierno, y las tremendas consecuencias para la vida cotidiana y el futuro de los jóvenes de esa nación, todo indica que la oposición liderada valiente y sacrificadamente por María Corina Machado, se encuentra al borde de hacer historia, convirtiendo nuevamente en realidad la frase de José Martí que repitiera Haya de la Torre al inaugurar la Asamblea Constituyente de 1978 en el Perú: “Cuando el sufragio es ley, la revolución está en el sufragio”.
Este pensamiento sirve también para recordar (porque no hay que olvidar) las amenazas que en nuestro Perú espetaba a la población quien fuera primer ministro del golpista Pedro Castillo, de hacer que corrieran ríos de sangre si el voto no favorecía a su preferido.
Este es el primer beneficio de la democracia. Y esperamos que así suceda. Venezuela es un país donde desde la reaparición de la democracia luego de la caída de Pérez Jiménez y el Acuerdo de Punto Fijo, las personas han salido a manifestar sus adhesiones a sus plazas y avenidas. Esas sí son manifestaciones que recomendamos ver para que cuando acá se dice que dos, tres o diez mil personas constituyen una gran marcha que “pone” en peligro a un régimen, miren los articulistas lo que es un mitin y no incurran en hipérboles tan desafortunadas.
Pues bien, lo que se ha visto en el país del Orinoco, a pesar de las amenazas y los condicionamientos hacia quienes no voten por Maduro, es un respaldo masivo que todas las encuestadoras recogen a favor de la oposición de entre 1 a 7 hasta 1 a 2 en los menos desfavorables para el continuismo. Además, si hay voto escondido en estas circunstancias, ese es para Corina Machado y Edmundo González.
Pero para que la democracia sea firme es preciso que no haya tampoco violencia verbal o satanización ideológica de quienes están en la contienda, ya sea en las épocas electorales o en los momentos en que se desarrolla el gobierno que se ungió de acuerdo con el sistema constitucional en el país.
Las descalificaciones y los epítetos que se disparan cotidianamente en los medios alimentan la confrontación que cada vez es más difícil controlar y dificulta el que la armonía retorne y la vida cívica se desarrolle pacíficamente. De los insultos o de las provocaciones verbales se salta a diversos grados de violencia física o de destrucción. Entonces cuesta más trabajo consolidar la democracia.
En suma, es preciso abonar el terreno de la paz social, que se procesen en armonía las diferencias propias que tienen que existir en las sociedades porque no todos somos iguales y nuestra libertad nos lleva a expresar esas ideas discrepantes en voz alta. Si se hace con altura y sin descalificaciones “ad hominem” serán procesadas por el sistema, si se salen del cauce, lo quebrarán.
Viendo lo pasado, esforcémonos para que el Perú no tenga que volver a recorrer ese camino.