En la noche de un viernes en la Estación de Barranco, el eco de los versos de Chabuca Granda encuentra nueva vida en un evento convocado por el maestro Coco Linares, junto a otras voces del criollismo. La escena, embebida en la música, parece suspendida en el tiempo. Mariana, esbelta y elegante, vestida de negro, se desliza fluidamente por el escenario, moviendo las manos suavemente, como si estuviera pintando cada palabra en el aire. Hay algo casi cinematográfico en la manera en cómo sus palabras caen y se levantan, proyectadas desde su sonrisa encantadora y acompañadas por acordes de guitarra y el cálido ritmo del cajón. “Chabuca fuiste grande / qué mujer fuiste tú / son poemas tus canciones / con ritmo, belleza y color”, se escucha.
Pero no se limita a ser una declamadora. “Yo no escribo para ciertos entendidos, escribo para todos”, dice con una sonrisa juguetona que ilumina su rostro. Esa frase captura la esencia de su misión: la democratización de la poesía. En un mundo donde los versos parecen perder terreno frente a las inmediateces de la tecnología, Mariana se esfuerza por reintroducir esta forma de arte, no solo en escenarios formales, sino en todos los espacios posibles. Desde los colegios, donde niños y niñas declaman sus composiciones, hasta grandes eventos culturales, su trabajo busca resonar en cualquier oído dispuesto a escuchar su ritmo lírico.
Mariana describe su obra como un puente entre tres mundos: la poesía, la declamación y la música. Busca ser, en efecto, una artista multifacética. Cada presentación se convierte en una narración oral que conecta con el público, educa y transporta, envolviendo a la audiencia en el ritmo de las décimas y cuartetas, estructuras poéticas que ella ha hecho suyas.
EL ENCANTO DE LA PALABRA VIVA
Hay algo magnético en su presencia sobre el escenario, un carisma que ella misma reconoce con cierta humildad. “Creo que la gente siente la pasión que le pongo a todo lo que hago”, reflexiona. Su voz, forjada por años como locutora y presentadora, tiene una cadencia natural, pero es el amor que pone en cada palabra lo que la hace destacar. No solo es una artista en el sentido estricto de la palabra, sino también una educadora: alguien que busca despertar el sentido de identidad y patriotismo en su audiencia.
“Para mí, es una bendición poder trabajar en lo que me apasiona”, dice. “Le he escrito tanto al cajón, a la marinera, a la gastronomía, al pisco, a Machu Picchu, las Líneas de Nazca… Son incontables”, dice entre risas. No obstante, su versatilidad la lleva a explorar temas más universales. En ocasiones, un simple canario, las flores o incluso la madrugada pueden despertar en ella una chispa creativa.
La creación de sus poemas a veces es espontánea, casi mágica, pero también disciplinada. “Hay momentos en los que no espero la inspiración, la busco”, revela. Así es como ha logrado equilibrar su arte con encargos más formales, como cuando fue contratada para poetizar sobre el centro histórico de Lima. En esos casos, Mariana aglomera investigación, pasión y técnica para construir versos que, como ella misma describe, “tienen que estar a la altura de los patrimonios que estoy honrando”.
UN ARTE EN RESISTENCIA
La declamación, un arte que muchos consideran en extinción, es para Mariana una forma de resistencia. “La poesía inicialmente nace de manera oral”, recuerda. Para ella, devolverle esa oralidad es una manera de honrar no solo al poema en sí, sino a la historia detrás de las palabras. Es una defensora de mantener viva esta tradición, llevándola a un nuevo público a través de su trabajo con música y su presencia en eventos de todo tipo.
“Hay niños en diferentes colegios del Perú que están declamando mis poemas”, cuenta con orgullo. Esa trascendencia es lo que verdaderamente la llena de satisfacción. Hay más proyectos en camino, pero prefiere mantenerlos en reserva de momento y avanzar un verso a la vez.