Rugidos de León

Admiro a un hombre como Rafo León que a los 74 años expone por primera vez su obra en la Alianza Francesa de Arequipa. A lo largo de estos siete años he seguido con interés su desarrollo como artista y puedo decir que solo la pasión puesta en la pintura ha permitido sus logros de hoy. Son cuadros exigentes, de nocturnidades alucinadas, producto de un afiebrado creador. A continuación fragmentos de nuestra larga entrevista:

por asistentemk

Escribe: Luis E. Lama

–¿Cuándo decidiste dedicarte por completo a la pintura?

En 2017, de manera arbitraria. Movistar decidió cancelar el programa de Tiempo de Viaje, que venía conduciendo desde hacía diecisiete años. Yo tenía sesenta y siete años y estaba entero. Ahí sentí que me quedaba agarrado al mango de la brocha, menos por el sueldo cesante que por el vacío que se me presentaba por delante.

–Pero has debido de estar madurando la decisión de dedicarte a la pintura… 

Desde niño me sentía atraído por imágenes antiguas que recortaba y pegaba en un álbum. En el colegio organizaba esas figuras en un orden muy primario pero que me servía: románico, renacentista, impresionista… Más tarde, entré por dos años al taller de Cristina Gálvez y quedé pasmado. Cristina no te enseñaba a dibujar bonito, te enseñaba a cuadrar la figura, a estructurarla, a que no se cayera. Ella era tan irreverente que nos enganchamos en una magnífica amistad.

–Has tenido un oficio público –suena raro– a través de CARETAS y la televisión. ¿No extrañas la notoriedad?

Con la vejez, a contramano de lo que mencionas, he desarrollado una severa fobia social, detesto la larga etapa en la que reventaba el cuete. Por eso ahora me enclaustro seis horas al día en mi taller, dichoso por no ver a nadie. Hoy la gente en general me produce miedo y ansiedad, no me gusta la gente, me parece inacabada, abúlica, sentimental.

–Has tenido buenos maestros pero esencialmente eres un autodidacta, con un aprendizaje erizado de dificultades.

Luego de Polanco y Velarde, tomé unas clases de dibujo, buenazas, con Daniel Peña. Lastimosamente Daniel murió al poco tiempo. Luego trabajé con Ceccarelli, quien con su espíritu amazónico me desahuevó. Siguió Bernardo Barreto, un académico iconoclasta formado en los estrictos cánones de la PUC. Fue bueno trabajar con él. Mi maestro ahora es Alejandro Alcázar, egresado de Bellas Artes. Diestros en técnica, casi no hablan del tema de sus obras sino de los parámetros de la creación pictórica: la composición, la teoría del color, la perspectiva, la serpentinata, el contraposto. Trabajan sin tregua y no conceden a la metafísica del huevo frito.

–En muchas de tus obras veo rastros de Munch y Ensor, hasta los salvajes neoexpresionistas de los ochenta.  Ocurre que tus cuadros oscilan entre la orgía y la fantasía, la introspección y la muerte, lo que permite relacionarlos con quienes te precedieron…

El expresionismo alemán de los orígenes es para mí la ruta a seguir. Es la pintura de la libertad que no solamente brota del interior sino que no consiente que una vez agarrado el pincel, se traicione el impulso por más ilusiones que te ofrezca el mundo. Observo mucho reproducciones de Kirchner, de Pechstein, de  Nolde, de Schmidt – Rottluff, he ido a los museos, y voy encontrando en ellas la conciencia chirriante de un mundo que el ser humano ya no puede abarcar con realismo y tiene que largarse a la irrealidad de la libertad. Nunca me ha gustado lo bonito. Prefiero la estética de Chibolín a la de Maju Mantilla.

–Mataste a la China Tudela pero hay cuadros tan subversivos que parecen inspirados en ella. Son obras críticas que rompen con lo establecido, un reto a la pacatería, la homofobia, el clasismo…… pero con otra forma de decirlo.

Desde que empecé a escribir me fui por la sátira social, especialmente apuntando a las pituquerías y sus marimoñas. Eso me dio popularidad pero me creó problemas pues creo ahora que yo estaba, a través de mis personajes, planteando mi propia, basta y vulgar manera de no poder hacer algo de calidad en las letras. Y nunca lo pude hacer, no me engaño. De pronto al pasar a la pintura me acerco más a eso que anhelo. Yo empecé a pintar brutalmente con una serie nunca mostrada, sobre la pedofilia de los curas. Técnicamente es pésima pero ya tengo otra forma de decirlo. Dibujar una boca ladeada por el sarcasmo y pintarla de morado, te puede decir más que una crónica social de Cosas.

–Te has dedicado de lleno al expresionismo, un lenguaje directamente ligado al Peru el siglo XX. Admiro que hayas seguido ese camino fieramente pasional en lugar  de buscar  un fácil acceso al geométrico mercado limeño.

Nadie pondría un cuadro mío en una sala de sofá blanco y pantallas de pergamino. Para eso hay pintores que venden sus cuadros en internet y en decoraciones hechas con Photoshop. Mi camino de daltónico, sin formación académica y con fobia social, me lleva por otros lados. El precio que pago consiste en vender un dibujo a la muerte de un cura, pero hago lo que puedo. En cuanto al geometrismo y sus variantes, incluyendo ciertas formas de instalación, te digo que me paralizan. No entiendo que pongan un texto en la pared para explicarte lo que vas a ver. El arte (la literatura, el cine, la foto, viva Susan Sontag) es inmanente y si necesita de una explicación es porque algo anda mal.

–El arte te enriquece la vida…. espiritual.   No depender de la venta de tus cuadros te da una libertad extraordinaria a una edad en la que se supone que ya hemos hecho mucho de los que otros querían.

Bueno, tampoco tampoco. Yo tengo ahorros que languidecen mes a mes. Pintar me sale caro: taller, maestro, materiales, en fin. Necesito vender, quiero vender. Si no lo consigo, en poco tiempo tendré que meter el cerro de cosas que hay en mi taller en un depósito de alquiler y que allí se queden, como hizo un grande, Sigfried Laske, en Pucusana. Lamentablemente no puedo vengarme de sesenta años de trabajo para otros, ese es un placer de elegidos.

–Hacia donde se dirige Rafo León? Hay duelo  en unos cuadros y desenfreno en otros. Siento que tienen mucho de terapéutico.

Quiero entrar al arcano del curanderismo norteño. Desde niño me familiaricé con ese fenómeno por mi abuela, sus empleadas y parientes. Quiero develar la miseria extrema en la que el paciente llega a la mesa del curandero, al juego de luces y sombras que se produce durante la noche de la mesa, a la ambigüedad del maestro: bueno y malo, acogedor y severo. Finalmente, a esa potencia masculina que a muchos hombres no nos llegó a tiempo pero que se puede crear a partir de los tarjos, las espadas y los soplidos en la cara con Agua Florida.

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