Escribe: Martín Soto Florián Director del Grupo Valentín Paniagua. grupovalentin.org
Los liderazgos que deben ocuparnos no son solo los de los más de 30 minicandidatos que posiblemente buscarán la presidencia. No. Los liderazgos de los que hablo son aquellos que van a ocupar la escena nacional los siguientes 30 años. Provienen de diferentes orillas, carecen de incentivos adecuados, y navegan sin referentes, ni instituciones, ni entrenamiento en la toma de decisión en contextos de incertidumbre.
Es innegable que el progreso de las sociedades, el bienestar económico, el retroceso de la pobreza y la innovación requieren de líderes con capacidad de plantear una visión de país y de gestionarla debidamente.
¿Quiénes serán los que se aventuren a una tarea plagada de desconfianza, odios y fanatismo? ¿Debe nuestra generación impedir el desastre? ¿Podremos tener éxito allí donde nuestros mayores han fracasado?
Los más jóvenes observan la bestialidad de nuestros días: normas que favorecen a los corruptos y una praxis ‘política’ parecida al desagüe: todos queremos que funcione bien, pero nadie buscará conversar del tema en la cena. Retrocedemos.
Para avanzar debemos de construir un país con espacio para todos. El cambio no es tirarlo todo a la basura, tampoco regalar salvoconductos Se trata de discutir con madurez el tipo de sociedad que queremos llegar a ser. Agraviar es fácil.
La democracia representa la búsqueda de consensos. Su valor no se da ‘a pesar de’ nuestras diferencias sino debido a ellas. La política no se hace con quienes piensan lo mismo que yo. Tampoco descabezando a quien nos incomoda. Anular al otro no es el comienzo del debate, es el fin.
Detrás deberán quedar los comportamientos desleales, las promesas incumplibles y la agresión. No podemos ser ingenuos, necesitamos ideas y diálogo; y una manera diferente de entendernos. De sentarnos a la mesa. De disculparnos y comprender que las tareas que nos requieren unidos son más importantes que las disputas construidas y heredadas. Si luego de 30 años, quienes tienen que promover el diálogo no pueden voltear la página, deben preguntarse si sirven para tender puentes o prolongar enemistades.
Entendamos bien que a los oponentes hay que convencerlos y no derrotarlos. Para frenar el populismo, la polarización y la posverdad, debemos renovar la política, y para ello, aún nos falta: i) un esquema de discusión robusta sobre el progreso y la prosperidad, sin revanchismo ni cortoplacismo, ii) un elenco claro de ideas capaces de conjugar la libertad con la igualdad, y iii) nuevos liderazgos capaces de debatir sin agredir y dialogar sin ofender.
Estos liderazgos no crecen en los árboles. Hay que formar y consolidar ese talento, tal como ocurre con cualquier arte o ciencia. El legado de la generación de nuestros mayores no puede ser dejar el país en manos de los mismos de siempre. Si queremos cambiar para bien del país, cómo convertiremos estas ideas en una escalera para salir del hoyo, si el 65 % del empresariado no ha participado ni se involucra con estas tareas. No es aceptable que se ausenten del desafío por la mejora del capital político democrático, tanto para la gestión política como para las políticas públicas. No dar esa pelea supone estar a merced de aventureros y oportunistas por 30 años más.
“Es difícil entender qué quiere hacer la sociedad peruana con sus jóvenes o, para ser más precisos, qué quiere la sociedad que hagan los jóvenes”. La pregunta de Constantino Carvallo sigue vigente y bien nos vendría un compromiso mayor con quienes tengan emoción social y vocación de servicio, para ayudarles a renovar las cosas y ser el cambio.